PRESENTACIÓN
Por Román Luján


El falso facsímil de la historia poética y fabulosa de Panlocus, de Jordi Boldó, es la narración de una saga de personajes contradictorios pero necesarios en su condición absurda; una crítica desprejuiciada e irónica a las mitologías como fundamento del comportamiento humano, en una época en que las creencias son reemplazadas al ritmo de las estaciones, en que los héroes o villanos se erigen o derrocan por la conciencia individual, como piezas en el tablero de un ajedrez frenético.

Construido en la hibridez del conjunto fragmentario de relatos con el ensayo fantástico, la historia de Panlocus se emparenta, en diversa medida, con algunos cuentos famosos de Borges, la única novela de Rulfo, los relatos más escuetos de Javier Tomeo y el imprescindible “Diccionario Jázaro” de Milorad Pavic, por citar algunas evidencias. Pero más allá de las resonancias literarias, los alcances de este libro se sustentan en su imaginería desacralizante y su humor corrosivo.

A través de una narración ágil, esquemática, panorámica, el autor se detiene en los detalles menos significativos (en apariencia), para mostrarnos con ironía la imposibilidad de la historia, la banalidad de los hechos que la constituyen, la fragilidad de nuestros dogmas. Por medio de la inclusión de numerosos pies de página y referencias cruzadas, conocemos la parafernalia de estudios e interpretaciones que generó ese reino devastado por la confusión y los desaciertos de sus habitantes, pese a la convivencia de la política con la poesía en la vida cotidiana.

No es fácil encuadrar al libro de Boldó en el género de la literatura fantástica, ni completamente en la realista, aunque existirían sobradas inferencias para ambos ejercicios; es preferible pensarlo como un retorcido árbol genealógico, en cuyo follaje aún queda espacio para la rama que muestre nuestra pequeña gloria o ridiculez.

* El archivo en PDF de este libro puede descargarse en jordiboldo.com en el apartado Panlocus, o si prefiere, leerse a continuación.

EL FALSO FACSIMIL DE LA HISTORIA POÉTICA
Y FABULOSA DE PANLOCUS


Jordi Boldó


INTRODUCCIÓN

Cuando encontramos algún relato que refleja nuestra existencia, podemos asegurar que en esa historia se halla la esencia oculta de nuestra vida.

“Empezaron los grandes terremotos e inundaciones
y en pocas horas Panlocus quedó destruido, pereciendo en el desastre todos sus habitantes.”
VAZZÓ

Casi nada sabemos de Panlocus después de los trece milenios transcurridos desde su misteriosa desaparición. La escasez de fuentes ha dificultado su estudio, pues apenas existen documentos que nos permitan reconstruir la historia de aquella cultura. Poco sabemos de esos pueblos que, reconociendo por divinidades al Cielo, el Sol, la Luna y los demás astros, desarrollaron tan profundos pensamientos filosóficos, idearon una política artificiosa e hicieron prosperar notablemente las Ciencias y las Artes.

Ofrecemos ahora al lector la reproducción facsimilar de La Historia Poética y Fabulosa de Panlocus, libro escrito por J.J. Reverter y recientemente rescatado por el doctor Biöjor Dôld durante los últimos trabajos de excavación en las olvidadas ruinas de la Universidad de Oxford.

Biöjor Dôld es miembro destacado del Khôn Institute von Wallisdorff, de la Société des Panlocuanistes de Repís, de la Sociedad de Antropología e Historia de Zalaria y del Great Anthropology Institution of Long Time. Sus exploraciones y hallazgos lo han hecho merecedor de los más altos honores y su vida entera constituye un memorable ejemplo de amor y dedicación al conocimiento.


El hallazgo de este texto —escrito 985 años después de la destrucción del mundo panlocuense— representa el evento más importante para develar los misterios de aquella cultura.

HISTORIA
POÉTICA Y FABULOSA
DE PANLOCUS*

Recopilación de textos curiosos,
ideas, conceptos, locuras y disparates
[propios y apropiados]

Para la instrucción y el entretenimiento
de las Personas Buenas y Pacientes
y para el conocimiento de las Damas
y de los Caballeros Interesados
que publica Ediciones Tots Som Pocs

Tomado del original manuscrito de J.J. Reverter
y que el Autor dedica a sus inapacibles Hijos

*Escrita entre la nostalgia y la inquietante paz de una espera

(Haga click para ampliar la imagen)

PRIMERA PARTE

Origen del Mundo
[SEGÚN LOS POETAS]

DE CÓMO LOS POETAS IMAGINARON EL ORIGEN DEL MUNDO.
LAS MARAVILLAS DE LA CREACIÓN DEL UNIVERSO


Lo que en Desmaos* empieza, en Desmaos acaba.

Antes de que hubiese nada**, antes de que hubiese mar, tierra y cielo, la Naturaleza no era más que una pasta amorfa a la que llamaron Desmaos. Los elementos estaban mezclados unos con otros. No brillaba el Sol y la Luna no padecía sus menguantes y crecientes. La Tierra no estaba suspendida en el aire, el mar no tenía orillas, el frío y el calor, lo seco, lo húmedo y todos los cuerpos —aunque contrarios entre sí— estaban unidos en una masa común. Empezó entonces un largo proceso (imposible de explicar) en el que cada parte fue ocupando su lugar y tomando forma definitiva, ordenándose así toda la Naturaleza.

El Sol, que es el más ligero de los astros por estar formado de fuego, ocupó la región más elevada. El aire se esparció debajo del Sol, la Tierra halló su equilibrio en medio del Universo y tomó forma redonda distribuyendo a su alrededor las aguas que habrían de ocupar el nivel más inferior; se formaron los océanos, los ríos y los lagos. Los vientos empezaron a agitar los mares, poniéndose en movimiento las olas. Se elevaron los montes, se extendieron los valles, crecieron árboles que pronto se llenaron con tupidos follajes, llamativas flores y delicados frutos. Se moldearon las nubes y los truenos; cada viento escogió el paraje por donde había de soplar y el cielo se llenó de una atmósfera sutil. Brillaron los astros.

Los peces habitaron las aguas, los cuadrúpedos la tierra y en los aires se pudo oír el armonioso canto de las aves. Apareció el ser más perfecto: el Hombre, que en poco tiempo se distinguiría de los demás animales. Entonces, empezó la Edad de Oro, viviendo la Humanidad en justicia y buena fe sin ser obligada a nada por poder alguno. No había murallas ni instrumentos bélicos que asegurasen*** la paz. Los productos de la tierra eran suficientes, nutriéndose todos de bellotas y frutas silvestres. Había una perpetua primavera y por todas partes corrían caudalosos ríos de leche, néctar y miel que se ofrecían generosos en la más feliz abundancia.

Tal era el estado del género humano durante ese tiempo. Sin embargo comenzó la Edad de Plata, menos dichosa que la primera, pero más preciosa que la Edad de Cobre. En el año se marcaron las estaciones y los hombres se dieron a la tarea de construir cabañas con troncos y ramas secas para librarse de los excesivos fríos; otros, se refugiaron en las cuevas. El hombre aprendió a cultivar y el robusto buey sufrió bajo la carga del pesado yugo.

Sucedió la Edad de Cobre y los pueblos se volvieron pendencieros. Entablaron guerras, pero aún sin manifestarse las enormes maldades que caracterizarían la Edad de Hierro. En ésta, los males y los vicios inundaron la Tierra; faltó el amor y la verdad, ocupando su lugar el odio y la mentira. Surgió la violencia y la avaricia. Se construyeron las primeras embarcaciones y comenzó el delirio por la conquista y el saqueo. Insaciables de riqueza y de poder los hombres cavaron las entrañas de la tierra en busca de oro y demás metales preciosos. Se olvidó el perdón y comenzó la debacle.

El final de caga el-lastics**** llegó con la Edad del Plástico. Aquí, el hombre y su vano afán de poder se desbordaron en un desquiciado viaje sin retorno que todo lo arruinó; el mundo se ensangrentó por las absurdas luchas de aquellos seres despreciadores de toda inteligencia, y los horrorosos delitos de tan perverso linaje no encontraron otro final que la propia destrucción, no quedando así quien habitase el planeta. Los montes se redujeron a polvo y cenizas y la vida en la Tierra quedó sepultada bajo sus propias ruinas.

***

El cielo ardió tras una fuerte explosión que desencadenó un gran número de explosiones. Y hasta el Universo mismo estuvo a punto de sucumbir en pocas horas. El viento se enrareció y sopló fuertemente agrupando densas nubes que provocaron torrenciales lluvias espesas y pestilentes. La corteza terrestre se fracturó en mil partes, los mares se agitaron y los ríos se salieron de sus cauces, arrastrando en sus corrientes a los árboles, el ganado y a los hombres. Ni los más seguros refugios resistieron al furioso golpe de la catástrofe que alcanzó todos los rincones, a excepción de un remoto paraje cerca de la cima del Monte Adnutes. Ahí, se refugiaron Salvador y Abdulia, quienes lograron llegar a salvo en una pequeña embarcación. Pereció todo el género humano y sólo esta feliz pareja que había vivido en justicia y amor, sobrevivió. Tiempo después, se apagó el fuego, terminaron las lluvias, aminoraron los vientos y regresaron los ríos a sus antiguos lechos para que todo fuera como antes.

Salvador y su compañera, tristes de ver el mundo desierto, comenzaron la ineludible misión de poblarlo nuevamente, pero esta vez con otra casta mejor. Empezaron la dura tarea en las faldas del Adnutes, y en poco tiempo, aquel monte se habitó abundantemente.

Éste, es el duro origen de los hombres. Así se vio otra vez ocupada la Tierra, renaciendo las Artes y el Conocimiento. Hasta aquí la relación de los poetas.*****
_____
* Estado de confusión en el que se hallaba todo en un principio.

** Dice: Antes de que hubiese nada...; podría decir: Antes de que hubiese todo... En adelante señalaremos las
erratas de fe. Algunos libros incluyen en hoja aparte una relación de los errores tipográficos detectados terminada la edición, lo que conocemos como fe de erratas. Esta costumbre es sin duda útil, pero creo que sería mejor practicar la idea de las erratas de fe, que consiste en la confesión inmediata de la duda que surge cuando se dice o escribe algo. Muchas veces afirmamos, o negamos, sólo por terquedad, fe religiosa, ignorancia, o todas juntas —o ninguna. Para esto, sería bueno, o no, el uso, u olvido, de las erratas de fe.

*** Dice: bélicos que asegurasen...; debería decir: bélicos que debilitasen...

****
Cuidado

***** Un amplio relato del origen del mundo puede verse en J.A. Zamarreta, Preludios y Postludios (manuscrito inédito), p.p. 29-217.

SONETO ANÓNIMO ESCRITO ANTES DE LA GRAN EXPLOSIÓN

Gacela de perfil dulce y garboso,

escarabajo verde del desierto,
ratón inmundo, caracol baboso,
paloma blanca, sapo boquiabierto.


Ballena soberana de los mares,
hipopótamo torpe de los charcos,
lagartos, moscas sucias y vulgares,
caballos pintos y mandriles parcos.

Bestias todas, vegetación entera.
Y tú, Naturaleza entretejida,
antes que aquí lo vivo se nos muera,

cura al hombre de su vieja herida
y en concierto de carne y de madera
entona alegres cantos a la vida.

LOS POETAS

El estudio de la Historia tuvo su principio en Iata, Tiegoria y Cián. De ahí se introdujo a Panlocus por medio de las colonias que los cianeses y los tiegorianos establecieron en Antépolis. Aquí los hombres adquirirían la destreza necesaria para construir navíos y atreverse a dejar las costas, haciéndose a la mar confiados en el conocimiento de las estrellas. Los colonizadores antepolitanos agruparon a los nativos que vivían sin ley y sin orden dispersos en las llanuras y los bosques y —después de suavizar sus bárbaras costumbres— les enseñaron sus leyes y creencias, inculcándoles al mismo tiempo el amor por la Naturaleza y el gusto por las Ciencias y las Artes. Más tarde, estos pueblos habrían de fundar la ciudad de Tropotopeya, que conservaría las tradiciones autóctonas, pero amalgamadas con las introducidas desde Auria. Tropotopeya es considerada la cuna de la cultura panlocuense y durante muchos siglos fue la más floreciente ciudad del mundo antiguo.

Los poetas de Panlocus —que fueron los primeros sabios—, preocupados por descubrir las causas ocultas de las cosas, legaron a la Humanidad infinidad de conocimientos sobre diversos temas, como el cielo y el movimiento de los astros, la Tierra o la mente humana. Los poetas ayudaron a suavizar los hábitos de sus contemporáneos, enseñaron el arte de construir casas y navíos, y el de sembrar a tiempo las semillas para recoger buenas cosechas.

En su avance, los panlocuenses alcanzaron un altísimo nivel de desarrollo social, lo que les permitió disponer de mucho tiempo libre para el ocio y la cultura. Agudizaron la imaginación y la creatividad y pusieron en práctica muchas ocurrencias que les hicieron más afable la vida. Llenaron las ciudades de bellos objetos y magníficas obras que los artistas aportaron a su comunidad. Ornamentaban sus casas con coronas de hojas de caña y con hermosas flores. Por doquier construían
dayares.* Repartieron estratégicamente por todo el territorio dóciles caballs de dolça monta** de color blanco (para su fácil identificación) magistralmente arrendados para el transporte de los ciudadanos. Esta asistencia estaba tan bien planeada que quien quisiera ir de un lugar a otro no tardaba más de tres minutos en encontrar un caballo disponible. Al llegar a su destino, el viajero se apeaba y dejaba el animal listo para el próximo usuario. La alimentación y el cuidado de estos potros corría por cuenta del Ministerio de Traslados, que, con cuadrillas de jinetes bien adiestrados, recorrían en caballos alazanes cada rincón de Panlocus.

***

A través de cruzas muy sofisticadas los panlocuenses obtuvieron una nueva especie animal llamada capuerro, mezcla de cabra, perro y cerdo que, además de ser una simpática mascota de bonita figura y nobleza singular, resolvía el problema de la basura, pues comía de todo. Y por si fuera poco, además, era un suculento manjar. Con el profundo conocimiento que tuvieron de la Genética, lograron obtener una graciosa vaca doméstica del tamaño de un perro mediano. Cada vaquita producía de tres a cuatro litros de leche diarios, cantidad suficiente para cubrir las necesidades de una familia normal. El animal tampoco necesitaba de mucho espacio para vivir.

En las distintas regiones de Panlocus se podía apreciar las más rica diversidad de formas de vida, con una fauna y una flora extraordinaria. Así, tanto en la ciudad como en el campo, los poetas pudieron inspirarse y ayudar a mejorar todo —o casi todo— lo que configuraba su ambiente.

En su afán por hacer hombres felices, libres, bien templados y conscientes, de quienes como fuente derivasen buenas acciones, bien ordenadas y provechosas, los antiguos pobladores de aquellas tierras se esforzaron mucho por alcanzar la cultura de la emoción y del buen ánimo, perfeccionaron el Conocimiento y practicaron la libertad sexual con maravilloso brío. De entre todas las materias que cultivaron, la Poesía —si no la más destacada— fue al menos una de las más excelentes. La llamaban también Música, y les sirvió como medicina para sus males. Crearon infinidad de formas poéticas o musicales, que en su especificidad sirvieron para aliviar un gran número de enfermedades. Con poesía, con cantos y con danzas, curaron sus dolores y fatigas.

Como todos los pueblos de la Tierra, buscaron alcanzar la felicidad por medio de la razón, pero sobre todo a través de la política. Sin embargo, y después de muchos siglos intentándolo, sólo lograron —además de darse cuenta de que no existía— más guerras, más hambre y más destrucción. Entonces probaron otra forma. Así, se valieron de la poesía como una adecuada guía para proporcionarse, por lo menos, paz y bienestar. Despojándose de intereses mezquinos y orientados por la sensibilidad, los poetas superaron a los ideólogos y a los políticos que siempre habían creído poseer de la verdad. Reconocieron los auténticos valores humanos y remediaron los peores males. No con reformas superficiales, sino despertando las más generosas, nobles y profundas emociones en los hombres, que de esta manera se unieron para recorrer en armonía un largo y fecundo camino lleno de imaginación y creatividad. Florecieron las ideas, que expresadas en fábulas y ficciones maravillosas sirvieron para desnudar de sus disfraces a las creencias que escondían la verdad, la belleza y la armonía.

Los poetas definieron al estado perfecto como aquella condición ideal, incorpórea, abstracta e imaginaria en la que todos aceptamos absoluta e incondicionalmente a la Naturaleza y a la esencia humana sin querer exagerar en modificarlas a conveniencia de nuestra limitada particularidad. En Panlocus se creía que esta condición —deseable para todos como requisito indiscutible— sólo podría alcanzarse evitando la absurda competencia por ver quien la tenía más grande y dejando de obsesionarse por poseer bienes materiales. Pensaban que había que procurarse sólo aquello sin lo cual la existencia no podía ser grata y sustancialmente amable. Comprendieron que el verdadero sentido de la vida se hallaba en el amor y en la verdad. Este arquetipo supuso también la indiscutible aceptación de las diferencias entre los hombres, con sus virtudes y sus defectos. Y fue así como los panlocuenses potenciaron sus habilidades, mejoraron sus hábitos, desarrollaron su sensibilidad y lograron equilibrar las fuerzas del mal.

Queriendo los poetas que el hombre alcanzara la plenitud, les enseñaron primeramente a vivir con sus pasiones, a distinguir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo vano y lo individual de lo colectivo. Luego, les inspirarían la fecundidad del trabajo y el disfrute del ocio. Les instruyeron sobre la preservación del medio, ordenaron el Conocimiento, escribieron de la vida, del amor y de la muerte.

Es por todo esto que los panlocuenses son recordados como el origen de la Civilización. Sin embargo, su fin también llegó.
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* Se dio el nombre de dayar a imponentes fuentes pobladas de exuberante vegetación y raros animales.

* *
Caballos de dulce monta.

LA SOFÍSTICA Y LA POÉTICA EN PANLOCUS. EL LENGUAJE Y LA MATEMÁTICA

Tomando las tres leyes o caracteres de la igualdad que son:

I. Carácter idéntico. Todo número es igual a sí mismo.
Ejemplo: a = a

II
. Carácter recíproco. Si un número es igual a otro, éste es igual al primero.
Así, si a = b, b = a

III
. Carácter transitivo. Si un número es igual a otro y éste es igual a un tercero, el primero es igual al tercero.
Así, si a = b y b = c, a = c

¿Qué sucede si las aplicamos al lenguaje? Si decimos que cualquier cosa es cualquier cosa, está bien, aunque esto no nos diga nada, pero cumplimos con la perogrulla primera ley del carácter idéntico de la igualdad. No será claro, pero, cualquier cosa = cualquier cosa.

Ahora bien, creo que estaremos de acuerdo en que cualquier cosa es algo, pero no forzosamente coincidiremos en que algo debe ser cualquier cosa. Y es aquí donde la ley de la igualdad, la del carácter recíproco, empieza a fallar. Pues, si bien es cierto que algo es cualquier cosa, no es menos verdad que lo que es algo no puede ser cualquier cosa.

Pero sigamos adelante y analicemos la tercera ley, la del carácter transitivo. Si cualquier cosa es algo y algo es la poesía, no podemos decir sin caer en una imperdonable equivocación que la poesía es cualquier cosa. No, la poesía no es cualquier cosa. La poesía es algo, pero algo muy serio.

PERO QUÉ TAL QUE ASÍ FUERA

Sé que la vida no es color de rosa,
miel sobre ojuelas,
camino real,
coser y cantar.
No todo el monte es de orégano,
pero qué tal que así fuera.

SEGUNDA PARTE

Capítulo Primero

Los Habitantes de la Región de las Montañas

NÉSTOR Y PRÓCORO

Adrián fue un destacado líder de la Región de las Montañas que logró el respeto y la admiración de los cianeses y los antepolitanos. Era un hombre que sabía dominar su mal carácter y que no se dejaba llevar por intereses cicateros. Se guió por la razón y vivió como un perfecto caballero, destacando por su valentía, sensatez, fidelidad, constancia, ternura hacia los suyos, gratitud, humanidad y justa grandeza de pensamientos*.

Con Irene la Sedentaria, Adrián tuvo dos hijos, Néstor y Prócoro. Éste último, siempre disputó por todo con su hermano, llegando al extremo de persuadirlo a cederle la primogenitura. Aquél, aceptó pero a condición de que Prócoro jamás tuviera descendientes. Sin embargo, Prócoro, que era muy tramposo, se las apañó para ocultar la existencia de sus hijos.

Ya habían nacido Irene, Vicenta, Juana y Rutilo, cuando Matilde —embarazada nuevamente de Prócoro— huyó a la Isla de las Borragináceas harta de ocultar sus embarazos y de criar en secreto a sus retoños por culpa de los embrollos de su marido. Ahí, parió y amamantó a Jenaro con la ayuda de dos buenas amigas.

Desde su más tierna infancia Jenaro ingresó al Liceo de los Rítmicos, colegio de notables pedagogos, maestros de música y de artes marciales. Los Rítmicos —que así se hacían llamar— practicaban ejercicios nocturnos de danza en un salón adyacente a la casa de Matilde, pero con tal alboroto, que Jenaro no lograba conciliar el sueño. Varias fueron las noches que el pobre pasó en vela, desesperado por el ruido, hecho un mar de lágrimas y pegando desconsolados gritos de histeria. Serios trastornos causaron en la mente del pequeño aquellas tormentosas veladas.**

Cuando Jenaro creció quizo conocer a su padre y partió en su búsqueda. Al encontrarlo le exigió reconociese a él y a sus hermanos como hijos, además de obligarlo violentamente a aclarar en público sus enredos.

Néstor, al enterarse de que no se había cumplido lo pactado, enfureció y planeó vengarse. Movió algunas influencias y logró encerrar a Prócoro —sin su mujer— en una estrecha prisión.

Pasado algún tiempo, el propio Jenaro habría de sacar de la cárcel a Prócoro. Sin embargo éste, rencoroso de su propio hijo, decidió tomar revancha, y como sabía por rumores de los intereses políticos de Jenaro, desató contra él una intensa campaña de desprestigio para desacreditarlo. Pero no lo logró. Entonces, le declaró la guerra abiertamente, Jenaro pudo controlar la situación y no le quedó más remedio que tener que expulsar a su propio padre de la Región de las Montañas. Prócoro, anduvo errante, lejos de su tierra por espacio de diez años en las costas de Cián, de Tiegoria y de Piacia. Se dice que llegó hasta las extremidades de Friaca y los aramienses creyeron que se refugió en Crotalia, en el mismo paraje donde después fue edificada Aramia.***

Juan, que fue el primer gobernante aramiense, acogió amablemente en su ciudad a Prócoro, que reformó su anterior conducta para dedicarse a adivinar el futuro y a escribir sus memorias. En agradecimiento a Juan, Prócoro asesoró a Manuel Hilario, segundo gobernante de Aramia en la construcción de algunos edificios públicos, entre los que destaca el Museo Juan, que permanecía abierto en tiempos de crisis y cerrado en época de bonanza. Es de observarse que por espacio de setecientos años, sólo estuvo cerrado dos meses. Podían admirarse en dicho museo las excelentes colecciones de calendarios, llaves y varitas talladas que pertenecieron a Juan.

Prócoro dedicó las últimas horas de su vida al rescate de las buenas costumbres, a fortalecer la paz, a la conservación de la inocencia y al impulso de las Bellas Artes.**** Al final de su vida, hizo proposiciones de reconciliación a su hermano y a su hijo Jenaro, pero éstos ya nunca lo perdonaron.*****
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* W. Bora Mickeley, Jenaro, años de formación, editado por F. Emhard, Gotargia, 135 d.d.J., p. 88. Todas las fechas de las ediciones a que hacemos referencia corresponden a la cronología usada por la cultura panlocuense. Antiguamente no existía un calendario universal. Cada región tenía el suyo propio y por lo general los años eran identificados mediante la referencia a un suceso regional notable: “En el año que desapareció el jubón de María” o, “en el tercer año de la guerra de Roña”, etcétera. Con el tiempo, las ciudades más importantes acordaron elegir una fecha memorable común. Escogieron entonces la fecha de la diarrea que sufrió Jenaro cuando comió unos crustáceos en estado de descomposición, y así, empezaron a identificar los años, por ejemplo: ciento setenta años “después de la diarrea de Jenaro”, o veinticinco años “antes de la diarrea de Jenaro”. Nosotros escribiremos las fechas de manera abreviada. En nuestro ejemplo: 160 d.d.J., o 25 a.d.J.

** S. Freddy,
Consecuencias sociales en el Bajo Panlocus a causa de los trastornos emocionales de Jenaro, ocasionados por su inestable infancia, Psique Press, Priana 201 d.d.J., vol. II, p.p. 416-421.

*** Anteriormente este territorio se llamó Ascondia, de una palabra que significa esconderse. De ahí viene el nombre de ascondinos a los de aquel país.

**** Jean Pierre Berg,
Trésors du le Musée du Joan, [Tesoros del Museo de Juan], Librarie Levron, Astimalia 183 d.d.J., p. 16.

***** Ibid., p. 106.

MATILDE

Matilde tenía una figura exageradamente obesa por lo mucho que comía. Como le era muy incómodo moverse, pasaba largas horas tumbada en una hamaca. Sus aficiones fueron los instrumentos de percusión y la Geografía. Amaba a los gatos de angora* teñidos de colores y le gustaba pasear en carro tirado por cientos de ellos. Vivió en Priana, en Antépolis y en Crotalia.

Con los Rítmicos, Matilde entabló una gran amistad que surgió durante las inolvidables fiestas que arreglaba para espantar sus penas y sobrellevar el dolor que le causara la infeliz muerte de su amante Paciano a quien quiso con locura. También distrajo así, los sufrimientos que le acarreaba la tormentosa vida junto a Prócoro.

Cuando Matilde se mudó a Aramia, lo hizo con todo y fiestas. Ahí se relacionó con gente joven y alegre, naciéndole entonces el interés de fundar una escuela de señoritas a las que prepararía para el matrimonio. Un gran número de doncellas ingresaron para prepararse en el tema. Las alumnas aprendían diversas labores, siendo la más importante la de cocinar. Estas señoritas tenían la responsabilidad de conservar en la estufa de la cocina un fuego perpetuo y hacían voto de castidad por el tiempo que cursaban sus estudios. Por faltar a éste, eran expulsadas y exhibidas públicamente, abundando casos de esto en la historia aramiense. Similar castigo le imponían a quien dejaba apagar la lumbre de la cocina, que sólo podía encenderse con mucho esfuerzo.** Estas faltas acarreaban además, otros grandes infortunios, como por ejemplo, la desdicha de no ser nunca aceptadas para desempeñar un cargo en el gobierno.

***

Tanto fue el prestigio que alcanzó el Instituto de Señoritas para las Artes del Matrimonio, que no tardaron en abrirse sucursales. Se podía ingresar cumplidas las quince primaveras y el curso básico era de diez años. Durante este tiempo las doncellas se instruían en sus obligaciones elementales; los siguientes diez, llevaban el nivel de avanzadas y ejercían funciones más importantes. Ya en los últimos diez, cuidaban de la instrucción de las jóvenes. Al fin, después de treinta años, estaban totalmente preparadas y podían casarse con el meritorio título de “Señorita Ejemplar”.
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* Rigoberto Cats, Amor y odio hacia los animales domésticos, publicado por el Centro Protector de las Bestias Indefensas de Pirubia (CEPROBIPI), Pirubia 193 d.d.J., p. 227.

** Entonces no se conocían los cerillos.


JENARO

No hay persona en el mundo que haya sido más alabada, más querida y más delicadamente tratada que Jenaro. Lo criaron en la Isla de las Borragináceas, en donde recibió una excelente alimentación a base de leche de cabra, todo tipo de guisos y frutas secas. Según los poetas creció en la abundancia y le servían sus alimentos en charola de plata.*

Como gobernante de todo Panlocus, dispuso del más poderoso imperio jamás conocido. Practicó la inteligente y eficaz política de renovar de vez en cuando las cosas por fuera para que no cambiaran nunca por dentro y supo asegurarse por todos los medios de que sus enemigos nunca tuvieran la razón.** Belicoso y gran político, extendió enormemente sus dominios al conquistar las regiones de los Montes, las Costas y los Valles. Cedió a su hermano Rutilo el control de las Costas, y a su medio hermano Gregorio —hijo de Matilde y de Paciano—, le asignó la Procuraduría de la Represión.***

Los principios del reinado de Jenaro fueron muy difíciles ya que se sublevaron los autodenominados Tajantes,**** grupo comandado por su padre, Prócoro, que quería arrojarle del poder. Para controlar la situación, Jenaro intentó reagrupar a sus aliados que lo abandonaron cobardemente huyendo a Tiegoria, lugar donde tampoco se sintieron seguros, por lo que finalmente decidieron ocultarse en las Selvas del Sur. Ahí tuvieron que alimentarse esclusivamente de frutos y raíces, llegando al incomprensible extremo de vivir en estado casi salvaje. Así nacería la leyenda que los tiegorianos hicieron de los hombres vueltos animal.

Los principales Tajantes, sediciosos y trasgresores de la ley fueron —además de Prócoro— Eduardo, René y el Negro Du, cada uno seguido por cuarenta y nueve hombres. También destacaron, Jacobo Zeferino —quien controlaba la Información y las Comunicaciones y que orquestó una calumniosa campaña de desprestigio en contra de Jenaro—, Othon, Félix, Armando y Porfirio.

Jenaro, con la ayuda de sus hijos, finalmente logró derrotar a los Tajantes y los reprimió duramente. A su padre lo desterró y a los demás alzados los encerró para siempre en una oscura celda del Monte Fiero, en la Isla de los Salchuchos. Hay que decir que Fidel, hijo de Jenaro, siempre se mantuvo al lado de su padre y que organizó admirablemente al gremio de los comerciantes para la lucha, circunstancia que fue determinante en la victoria final. La mayoría de los historiadores coincide también en que los otros hijos de Jenaro: Paulo, Arcadia y Fortino —aunque siempre estuvieron apoyándolo— no destacaron particularmente en esta gesta.

Ni siquiera vencidos cesaron los Tajantes en sus intenciones de provocar revueltas. Abusando de la libertad de expresión religiosamente respetada en Panlocus, montaron una rústica imprenta para editar incendiarios panfletos propagandísticos con los que, afortunadamente, nadie simpatizó por aburridos e incoherentes.

Pero Jenaro habría de enfrentar nuevas dificultades. Artemio —hijo de Gilberto—, que era un temible terrorista obsesionado con la idea de inventar un artefacto para volar, le creó en alguna ocasión a Jenaro serios problemas por robar los Arsenales Militares. Después de treinta y cinco años de incesante persecusión, Artemio fue detenido y las armas y municiones recuperadas. Para castigar su temeridad, Jenaro ordenó a Eulogio que atase al terrorista con fuertes cadenas en la prisión del Monte de los Amplios. Además, fue sentenciado a crueles torturas hasta que Jenaro decidiera el fin del suplicio.

Humberto quiso salvar a su hermano Artemio de aquellos rigores y con la ayuda de algunos amigos elaboró un plan para lograrlo. Contrató a una atractiva mujer llamada Angela y la instruyó para que sedujera a Jenaro y lo hiciera suceptible de manipulación. Sin embargo, éste descubrió sus intenciones y la engañó con ingeniosos ardides, haciéndole llevar al propio Humberto una caja que contenía un peligroso contenido. Cuando éste la abrio, explotó inmediatamente hiriéndolo de gravedad. Así acabó esta historia. De todas formas, Humberto y sus amigos nunca perdieron la esperanza de volver a ver libre a Artemio y tuvieron nuevamente el ánimo de pretender que se fugara, pero nunca sus propósitos prosperaron.

A la edad de noventa y cuatro años, ya sin enemigos, Jenaro se ocupó en ordenar sus sueños y sus ideas, los que anotó en ciento trece cuadernos que conservó desde su infancia. Lo escrito ahí, inspiraría despues, la transformación de la cultura panlocuense, tal y como lo refiere Cleto en sus Serenatas.

Jenaro era fuerte, majestuoso, pagado de sí mismo, con largas barbas e incuestionable don de mando. Nunca conoció la derrota. Su mayor dolor fue la pérdida de las orejas que se cortó una noche en la Isla de las Borragináceas desesperado por el enloquecedor bullicio de una delirante velada de los Rítmicos. Afortunadamente no se lastimó los oídos y siempre estuvo en aptitudes de escuchar las súplicas que de todas partes le hicieron.*****
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* Anónimo, Textos de Poetas [Dietas panlocuenses], Ediciones Rosdalcul, Zurcigalia 226 d.d.J., vol. XXIV, p. 314.

** N. Maqui Carmelo, “La política de Estado y las rivalidades entre las familias pudientes de Tropotopeya”, en Rumbos Perdidos, Mantesa 224 d.d.J., p. 24.

*** Conocida es la descarada preferencia que en Panlocus —como en otras partes y en otros tiempos—dieron algunos gobernantes a sus parientes para ocupar cargos públicos. Véase al respecto Cornelio Salinas, Nepotismo e incesto: todo queda en casa, Ediciones Juan Palomo, Bórcida 270 d.d.J.

**** Grupo de radicales que en ciertos momentos de la Historia Poética estuvieron a punto de alcanzar el poder y reformar radicalmente el orden político, científico, moral y religioso. Aunque tenían muchos seguidores y buenas intenciones, los venció el modo extremo de tratar sus asuntos.

***** S. Freddy, op. cit., p. 13.


JUANA

Juana fue hermana y mujer de Jenaro.* Era muy admirada por sus contemporáneos que la llamaron la “Gran Dama de Panlocus”. Muchos lugares disputaban entre sí el privilegio de rendirle honores, especialmente la ciudad de Rugalia y la Isla de las Salamandras donde tenía particular popularidad. Fue educada por Mariano y Mariana que eran muy buenos amigos de Matilde. Cuidaron también de ella, las Hermanitas Orantes que tenían como principal ocupación la de porteras, aunque también destacaron como institutrices.

Cuando Juana desposó con Jenaro, éste dio orden a Urbano de convidar a la fiesta de bodas a todos los hombres y mujeres de Panlocus sin excepción de nadie. Al casorio sólo faltó una joven que no aprobaba el matrimonio.**

Como castigo por no asistir al casorio, Urbano —aconsejado por Juana— obligó a aquella mujer a que llevara sobre la espalda un pesado cajón lleno de piedras y a guardar silencio hasta el día de su muerte. La desdichada fue vista desde entonces tolerando este suplicio en las riberas de los ríos.

Juana tuvo cuatro hijos; Dora, que puso un salón de belleza, Lucía, que se dedicó a partera, Eulogio, extraordinario herrero y Marciano, destacado militar. Pero no fue Jenaro el padre de éstos personajes, puesto que Juana —celosa por los deslices de su marido— quiso vengarse de él teniendo hijos fuera del matrimonio y persiguiendo a los descendientes que Jenaro tuvo con otras mujeres. Cuando Juana se casó, creyó unir su destino al de un hombre fiel, pero se equivocó totalmente.

Eulogio era cojo porque Jenaro lo azotó en el piso luego de ver que nació muy feo. Del golpe le quebró una pierna que nunca soldó bien. Arrepentido, Jenaro, quizo compensar a Eulogio en su desgracia y le construyó la mejor de todas las fraguas del mundo antiguo, contratando para trabajarla a los más fornidos y capaces herreros de su tiempo. Éstos trabajadores eran unos hombres de gran estatura, pero con el defecto de ser tuertos. Los más conocidos fueron Policarpio, Bruno, Esteban y Aparicio. Prosperó mucho la fragua y no tardaron en recibir encargos de las Islas de los Limones, Real del Pino y de los suburbios del Monte Fiero.

Cuando Juana parió a Marciano, Jenaro por despecho embarazó a Emma. De esta unión nació Paulina, mejor conocida como Doña “P”, mujer amante de las Artes y de las Ciencias que también se distinguió por su carácter belicoso. Sus agresiones y pendencias son memorables. Casi siempre iba armada. Usaba morrión, coraza y un escudo esculpido con tal maestría con la imagen de la cabeza de Leocadia que quien lo mirase no podía menos que quedar inmediatamente pasmado.

Juana estaba muy celosa de su marido y un día le puso por espía al detective Arturo, apodado “El Cien Ojos”. Jenaro incómodo con vigilante tan pertinaz mandó a Urbano que lo matara. Éste así lo hizo, adormeciéndolo primero con el suave son de su armoniosa flauta. Para inmortalizar la memoria de Arturo, Juana dispuso erigir en el Monte Moroní un monumento enmedio de unos bellos jardines por los que paseaban pavoreales —ave favorita del detective. En la tumba del “El Cien Ojos” quedó escrito este epitafio:

Aquí yace un hombre que veía todo,
nada en este mundo a su mirar huía;
vigilante siempre, todo lo sabía.
Ojalá y el pobre hubiera sido sordo.
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* Entre los príncipes panlocuenses era normal casarse entre hermanos, usanza que hoy en día a muchos nos duele se haya perdido. Si los anticuados y ultraconservadores hubieran podido preservar esta legendaria tradición, tal vez nos habrían ahorrado muchas desgracias matrimoniales. [Nota del editor: Cuando el autor escribió estas palabras, atravesaba por un momento de gran desajuste emocional].

** Algunos textos se refieren a esta mujer con el nombre de Petronila y dicen que estaba tan enamorada de Jenaro que a punto estuvo de morir de celos.

RITA LA CANTAORA

Rita la Cantaora era hija de Liborio. Fue secretaria de Juana y es poco lo que se puede decir de ella. Tuvo fama de aduladora, poco agraciada, envidiosa y un parásito del mérito ajeno. Siempre vivió a la sombra de su jefa y pronta a ejecutar servilmente sus órdenes. Su afición era mirar el arcoiris. Se divertía muy poco. Vestía un hábito de colores y se le atribuyen varios chismes. Dedicó los últimos años de su vida al empleo de cortar el cabello de las damas elegantes.

PAULINA, TROPOLINA O DOÑA “P”
Y BRÍGIDA


Esta mujer a quien tantos versos dedicaron los poetas era un poco melancólica y muy colérica. Poseía un temperamento de fibras bien templadas, sagacidad de ingenio, fuerza imaginativa, a veces prudente juicio y otras cosas. Tuvo por padres, como ya dijimos, a Emma y a Jenaro, aunque malas lenguas llegaron a murmurar que éste no era su verdadero padre.*

Fue singularmente admirada en Tropotopeya y Rolhia. Los tropotopeyanos se enorgullecían de llevar su nombre (en antepolitano —dialecto hablado en Tropotopeya— Tropotolina quiere decir Paulina). Rutilo siempre disputó con ella el honor de ponerle nombre a aquella ciudad. Para dilucidar esta diferencia escogieron a doce jueces del Tribunal de los Justos. Estas distinguidas personas decidieron que llevaría el nombre de quien hubiera proporcionado a la ciudad el mayor beneficio. Rutilo, había cultivado grandes superficies y trajo caballos de otras tierras que fueron muy útiles para la guerra. Pero Doña “P” —como también llamaban a Paulina—, sembró millones de olivos y aseguró la paz en todo Panlocus, por lo que votaron a su favor.

La fama que en Rolhia tuvo Paulina se fundó en el cariño que ésta recibió del gremio de los escultores, quienes avanzaron notablemente en el arte de hacer estatuas bajo su protección. La proliferación de esculturas en esa época embelleció tanto la ciudad que los rolhios galardonaron a Paulina con la “Presea al Buen Ejemplo” —medalla de oro grabada con la imagen de una gallina ponedora, símbolo de la abundancia y la prosperidad.

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Pero Paulina no siempre fue juiciosa. Si bien es cierto que tenía buenas inclinaciones, mostraba a veces conductas muy extrañas. De sus arrebatos hay numerosas muestras. Una vez tuvo una diferencia con Hilaria, hija de Eleazar, alcalde de Copiralia en el Auria Meridional. Pretendía Hilaria ser superior que cualquiera en la habilidad de hilar, tejer, bordar, hacer crochet y trutrú. Paulina quizo disputar con ella en estas tareas, pero viendo que no podía superar la perfección del trabajo de su rival, le lanzó a la cara unas punzantes tijeras hiriéndola de gravedad y dejándola marcada para toda su vida. La desdichada Hilaria perdió un ojo y hasta el gusto por la costura.

Doña “P” murió solterona, alejada de todo contacto con los hombres pues pensaba que el sexo era una cosa sucia e innoble.

Algunos historiadores confunden la figura de Paulina con la de Brígida. Sin embargo los autores más antiguos las distinguen claramente señalando que esta última —pecaminosa hasta el colmo— era una amante de Marciano, a quien planchaba su uniforme cuando tenía que participar en los desfiles militares. También le daba ánimo en los momentos difíciles y le infundía claridad cuando más confuso se encontraba.
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* Fritz Körttahlin en su interesante, pero discutible obra —publicada sólo en parte y elocuente hasta por el mismo título— Denkwürdigkeiten zur Geschichte Kritik des Volkscultur von Panlocus [Cosas memorables para la Historia Crítica de la Cultura Popular de Panlocus], expone pruebas irrefutables del parentesco padre-hija entre Jenaro y Paulina, aunque, descubre cierta afinidad extraña entre Paulina y un tío suyo, hermano de Emma. A pesar de cualquier reserva que pueda tenerse sobre las conclusiones a que llega el autor, el texto resulta singularmente ilustrativo por su riquísima documentación.

MARCIANO Y NATALIA

Desde muy pequeño Marciano fue enviado por su madre a criarse con los Tajantes. Con ellos aprendió danza, expresión corporal y otros ejercicios que habrían de servirle mucho en sus preparativos para la guerra. Se hizo un formidable guerrero, distinguiéndose principalmente por la destreza en el forcejeo cuerpo a cuerpo. Fue famoso en el arte de montar.*

Aunque hubo en Panlocus muchos personajes con el nombre de Marciano, los antepolitanos, ciegos de admiración, atribuyeron al de Antépolis las aventuras de todos.

Marciano tuvo una hija que se llamó Alejandra. Un día, ésta fue insultada por un hijo de Rutilo, y en desquite, Marciano le quitó la vida. Rutilo apeló al Tribunal de los Justos pero éste favoreció a Marciano. Dicho acontecimiento sucedió durante el reinado de José Cutberto, sucesor de Julián Atalo y marcó el inicio de una larga época de grandes arbitrariedades.

A Marciano y a Manuel Hilario se les conoce como los fundadores del Colegio de los Preservantes, institución ocupada en la formación de militares de alto rango dedicados a salvaguardar los símbolos rituales de Aramia. Los aramienses eran muy dados a la solemnidad, a los himnos y a la adoración de objetos diversos a los que atribuían un carácter histórico, mágico o religioso. Piezas raras, pinturas, muebles, armas, banderitas, escuditos, emblemas, figuras talladas en piedra o madera, monedas, conchas, puntas de cuerno y utensilios en desuso, eran conservados como tesoros invaluables con cualidades de amuleto o sortilegio.

Los preservantes tenían la responsabilidad de hacer réplicas idénticas de cada pieza original. Ésta se guardaba en el Templo de la Ciudad para que nadie lo hurtara y las copias eran repartidas entre los titulares de la selección deportiva para que tuvieran buena suerte en sus competencias.

Cada año los preservantes paseaban en procesión por las distintas regiones, los fetiches originales en una fiesta que se iniciaba el primero de marzo y que duraba veintiún días. En este tiempo nadie podía viajar, casarse o emprender negocio alguno. Esta costumbre se conservó por muchos siglos y es el origen de los actuales desfiles militares.

Amante del arte de la guerra, Marciano siempre fue visto bien armado —ya fuera desnudo o con hábito militar. Unas veces con barba, otras sin ella, pero invariablemente con el bastón de coronel en la mano. Hombre de postura erguida, marchaba a largas zancadas y se distinguió por el valor en el combate y la piedad con los enemigos derrotados. Siempre estuvo acompañado por una hermosa antepolitana muy respetada en Aramia, su querida Natalia, hija de Teresa y de Adolfo.

Natalia desempeñó varios cargos públicos y destacó en sus labores como directora de la Casa de Moneda. Mujer emprendedora de gran imaginación que recibió el honroso título de “Señora de Mundo” y que sobresalió como arquitecta naval por el diseño de tres bellísimos navíos.
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* Dice: ...distinguiéndose principalmente por la destreza en el forcejeo cuerpo a cuerpo. Fue famoso en el arte de montar.; Debería de decir: ...distinguiéndose principalmente por la destreza de luchar. Fue famoso en el arte de manejar los caballos.

EULOGIO Y SUS COLABORADORES;
POLICARPIO, BRUNO, ESTEBAN Y APARICIO

Eulogio era piromaníaco y padecía fuertes agitaciones del alma causadas por la demasiada actividad de su fantasía. Por un extraño movimiento de sus fluidos internos su espíritu era dado a producir ideas tan grandes que embelesaba a los que le oían, llegando en ocasiones al extremo de sacarlos fuera de sí.*

Hubo muchos Eulogios, pero al que nos referimos aquí es al hijo de Juana. Los antepolitanos lo consideran el inventor de los anzuelos y el que imaginó las más notables piezas de hierro, cobre, oro, plata y latón que por entonces se hicieron.

Como habíamos dicho, Eulogio dirigió su primera fragua en la Isla de los Limones. Ahí creó la fábrica de armas más importante de la época. Fundó además, forjas en el Monte Fiero de la Isla de los Salchuchos, en las Islas Eulogias, especialmente en la de Real del Pino y en casi todos los lugares donde había carbón, combustible imprescindible para este trabajo.

Atribuyen a Eulogio la herrería del Palacio de los Astros, la estatua de Ángela, las armas de Alejo y las de Eligio. Llevó a cabo majestuosas obras en Tiegoria, entre las que destacan el famoso Templo Tiegoriano y una estatua de no sé quien que medía quinientas setenta y cinco palmas de alto. En Aramia, edificó un soberbio templo. Y ahí mismo, con Aram, organizó un taller de carruajes que incendió un día en un arrebato de ira que le provocó la infidelidad de María, su mujer. En este incidente murieron calcinadas varias personas, perdiéndose además la cosecha de una gran extension de tierra de su propiedad.

Eulogio ayudó a Aquilino I —jefe máximo de Aramia— a combatir a los mantinos.** Habiéndolos vencido, hizo quemar sus armas y despojos.

Eulogio era aficionado a los perros falderos y a los gatos peludos. Le divertían unas famosas fiestas en las que los asistentes jugaban a correr con antorchas encendidas. El último en apagársele era el vencedor y los que iban perdiendo tenían el castigo de soltar prenda.

A Eulogio siempre se le veía mal encarado, con la barba crecida, els cabells esbolutats*** y vestido con unos pantalones muy cortos que no le pasaban de las rodillas. Usaba un gorro puntiagudo y en todo momento jugueteaba con algo entre las manos, generalmente alguna herramienta, un martillo, unas tenazas, o un punzón.

El día que murió, murió para siempre, que es lo que más le angustiaba. Siempre dijo que lo más triste en este mundo es la eternidad de la muerte. Pensaba que sería justo que estuviéramos eternamente un tiempo vivos y un tiempo muertos.

***

Policarpio, Bruno, Esteban y Aparicio fueron unos fornidos tuertos que Jenaro contrató para la primera fragua de Eulogio. Por su dedicación y amor al trabajo alcanzaron el título de “Oficiales Ilustres”. Eran brutales, feroces y enemigos de toda convivencia. Para lo único que servían era para trabajar arduamente en medio del aturdidor golpeteo de los martillos sobre los yunques. Fabricaron las armas con que Jenaro arruinó a los tajantes, el juego de cubiertos de Rutilo, el morrión de Doña “P” y otras destacadas piezas. Después de muchos años de esfuerzo y sacrificio se convencieron al fin de que la felicidad consiste en no dejarse envolver por la vida de la ciudad o la del campo y por no cegarse con el afán de acumular posesiones que no traen más que dolores de cabeza y empezaron a disfrutar de su vejez como Dios manda. Terminaron sus días en una casa de Provincia que pasó a la historia como la caça de las cinc finestres altes i estretes.****

El más destacado ayudante de Eulogio fue Policarpio, un personaje muy feo y de una estatura enorme. Pero más monstruoso era por su crueldad que por su aspecto. Se distinguió siempre por la falta absoluta de sinceridad.

Un día, Policarpio se enamoró de una graciosa costeña llamada Leodegaria de la que no obtuvo correspondencia alguna por más que se esforzó, ni llevándole serenata todas las noches, ni yendo a bailar a Priana. Policarpio tenía por rival a Francisco, un apuesto joven al que —furioso de celos— precipitó en un profundo barranco. Como castigo, Policarpio fue encerrado en una celda fría y oscura a orillas del Río Freno que nace en el Monte Fiero. Ahí murió de melancolía poco tiempo después. Dedicó sus últimos días a adivinar el futuro y a algunas otras cosas más o menos sin importancia.
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* La mejor descripción que se ha hecho de la personalidad de Eulogio, es sin duda la que hace Huickzchingá en Elogios a Eulogio, (Traducción a nuestra lengua de Kägien.) Ego Press, Piacia 230 d.d.J.

** Tribu perteneciente a un antiguo pueblo de Crotalia que se estableció en la Meseta Mantina y probablemente de raza calé. Se distinguieron por rechazar cualquier sumisión a una orden terminante, por lo que no servían como soldados. Mantuvieron por siglos luchas con los aramienses, hasta que hartos ya de tanto pleito, se fusionaron, siendo juntos muy felices.

*** Despeinado.

**** La casa de las cinco ventanas altas y estrechas..


PAULO

Alrededor de este héroe se dieron notables episodios de la Historia Poética y Fabulosa. Paulo es considerado la figura más popular de la época. Fue hijo de Jenaro y de su manceba Leticia, a quien la celosa Juana desprestigió con una infinita retahila de calumnias que la obligarían a andar errante, huyendo por mucho tiempo de su furia y en busca de algún lugar seguro para dar a luz.* Finalmente, Rutilo la refugió en la costa, en la isla Curalia que estaba entre las Islas del Mono y Rayo que formaban parte del Archipiélago de las Frondosas en el Mar Caldo. En este lugar de duro clima, Leticia parió a Arcadia y a Paulo.

Después, Paulo vengaría a su “santa madre” —como él la llamaba— de los males que le causó Juana. En desquite, desolló a una de sus mascotas y —sabedor de la aversión que ésta mujer sentía por la música— creó los Juegos Líricos que se celebrarían cada cuatro años, y en los que se ejercitarían el cantar, el danzar y el tocar instrumentos musicales. A los más destacados intérpretes se les premiaba con la Medalla Laura, importante galardón que llevaba ese nombre por Laura Cervera, mujer a quien Paulo amó con locura sin importarle su infidelidad. Se distinguía también con esta medalla a los mejores malabaristas y se estableció la tradición de entregar los premios en una solemne ceremonia-cena-baile con bombo y platillo en el Foro de Aramia.**

Paulo era alcohólico, lo que no impidió que destacara en poesía, música, filosofía y en el conocimiento de la virtud que tienen las plantas para curar los males. Construía globos de papel que elevaba a alturas insospechadas, hacía rehiletes de colores, gastaba fortunas en fuegos artificiales y diseñaba paraguas. Tuvo cuatro hijos: Julito —la oveja negra de la familia—,*** José, destacado cirujano, Pedro y Lino, éstos últimos, músicos. Paulo tenía el don de preveer el futuro. Fue catedrático de las Buenas Artes e instruyó a muchos con su sabiduría. Dirigió el coro de las Damas Cantantes del Monte Adnutes. Le tienen por inventor —o al menos reformador— del arpa sinfónica. Como mecenas, protegió especialmente a Cipriano y a Joaquín, quien un día se mató de un golpe en la cabeza y ni el propio José pudo resucitarlo. Paulo honró la memoria de Joaquín enviando a su tumba cada año mil tulipanes negros. Cipriano, que era un joven muy aprensivo y estaba perdidamente enamorado de Joaquín tambien murió, pero de tristeza por la desdichada muerte de su amado. Paulo ordenó que sembrasen cipreses alrededor de la tumba de Cipriano y de ahí que se haya convertido este árbol —cuyo nombre deriva de Cipriano— en el árbol simbólico del duelo, tradición que aún se conserva en nuestros días. Estas muertes afligieron tanto a Paulo, que buscó por los infinitos caminos del olvido borrar la memoria de sus protegidos. Entonces, se dedicó a beber y a vagar.

Paulo tuvo muchas aventuras. Entre otras, las victorias que consiguió sobre Crisógono el Poderoso, sobre Pánfilo el Fanfarrón y sobre Marcelino el Burlón.

Crisógono era un sujeto muy adinerado —tan adinerado como codicioso de más riqueza— que regenteó la Ciudad de Mundalia, capital de la Gran Priana. Acumuló una enorme fortuna en monedas de oro y atesoró tantos bienes que se convirtió en un ser soberbio y mezquino enfermo de poder. Además, creía saberlo todo. Pero era tan rico como ignorante. Y no sólo eso, era también muy débil y flaco de razón. Era un imbécil. No servía de nada demostrarle las verdades. Aunque éstas lo deslumbraran, en lugar de convencerlo, porfiado, las desechaba como vanas o dañosas. Era como un niño terco y caprichoso.

Cierto día, Pánfilo tuvo la temeridad de alabar su propia voz, ufanándose de tener el más prolongado falsete y de ser el más diestro del mundo en tocar el guitarrón. Afirmó que era mejor músico que Paulo y lo retó a competir públicamente. Paulo no pudo rehuir el desafío, y para dilucidar el asunto nombraron como árbitro de la contienda a Octavio, que vivía en un monte muy alto de Archundia. Allá fueron. Primero, subió Pánfilo a la cima y tocó rústicamente el violín. Después, Paulo —ataviado con sombrero ancho y traje púrpura con botonadura de plata— entonó una hermosa melodía acompañadose con la guitarra. Cantó tan dulcemente, que en el acto, Octavio declaró no ser digno de comparación el arte de Pánfilo con el de Paulo, dándole a éste la victoria definitiva. Crisógono —que presenciaba el desafío— impugnó la decisión y reclamó a favor de Pánfilo. Paulo, echó mano a la mejor de sus retóricas y ridiculizó a Crisógono, mostrándolo como un verdadero asno. Este episodio se mantuvo más o menos en secreto hasta que el barbero de Crisógono lo publicó voz en cuello, diciendo además, que Crisógono era el hombre más torpe, más ignorante y más estúpido que había visto en su vida.****

Marcelino también desafió a Paulo, quien esta vez aceptó el reto a condición de que el vencedor condenaría al derrotado a lo que quisiera. Paulo ganó y obligó a su oponente a estar haciendo por el resto de su vida morcillas de cebolla elaboradas con su propia sangre —la que debía extraerse una vez por semana. Además, tenía que comérselas él mismo. Marcelino llegó a viejo padeciendo este espantoso suplicio a las márgenes de un río que acabó por teñir sus aguas de rojo y que llevaría más tarde su propio nombre.

Paulo era más bien feíto y antipático; lampiño, bravucón, pendenciero, mujeriego y jugador. Era el típico ganday et ojo***** que quitó la vida a muchos sólo por contradecirle. Muestra de su altanería es el caso de Nora y sus hijos. Nora era hija de Anselmo, hermana de Celso y mujer de Ireneo.

Nora, que tuvo doce hijos, seis varones y seis mujeres, se atrevió un día a despreciar a Leticia (la madre de Paulo) por no haber parido más de dos hijos en una época en la que la fecundidad era muy celebrada socialmente. Leticia exageró este agravio, y sus hijos decidieron tomar venganza. Arcadia, le amargaría la vida a las seis hijas mujeres, y Paulo, asesinaría a los seis varones. Por esta razón es que el padre de las criaturas se suicidó y la desgraciada Nora se dedicó a llorar durante muchos años en las faldas del Monte de los Suplicios. Poco a poco y después de muchos rezos, se fue consolando, pero se le endureció tanto el corazón que llegó a reírse a carcajadas de los fuertes dolores de muela que la aquejaban. Paulo no quedó impune por estas muertes, pero tampoco recibió el castigo que merecía. Sólo fue expulsado de la Región de las Montañas durante algún tiempo y se le obligó a pastorear las vacas de Emeterio el Ganadero en las praderas de Zurcigalia. Durante el exilio, Paulo tuvo la compañia de su hijo José —que expiaba el delito de no haber aliviado el sufrimiento de Ignacio, hijo de Antonia. No curar el dolor y abusar económicamente de los familiares del enfermo eran los delitos más graves que podía cometer un médico panlocuense.

Paulo era delgado y bajito, pero cuando se encolerizaba era temible. Cierto día, cegado por la rabia que produce a veces el vino, propinó una impresionante paliza a los mismos Policarpio, Bruno, Esteban y Aparicio. Con la edad se le fue apaciguando el mal carácter y corrigió sus defectos. Al final de su vida, se dedicó noche y día a terminar un gran invento: el primer sistema de iluminación y calefacción artificial conocido por la humanidad.

***

Paulo pasó a la historia como el más espléndido de los inventores, por lo que le erigieron una famosa estatua de piedra conocida como “El Estupendo de Pe”. El monumento fue en su tiempo una de las siete maravillas del mundo. Tenía setenta y dos codos de alto y sus pies estribaban en los dos montes del Puerto de Pe. Podían pasar entre sus piernas los mayores bajeles. Tres hombres apenas alcanzaban para abrazar uno de los dedos del coloso. Lamentablemente, estuvo de pie sólo ochenta años pues fue arruinado por un devastador terremoto.
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* Dice:...dar a luz; debería decir: parir.

** Juan de Giber, Génesis de los Premios, Luz Editores, Ratar 260 d.d.J., p. 24.

*** Dice: ...oveja negra de la familia—; Debería decir: ...oveja descarriada de la familia—.

**** Una amplia relación de este suceso puede verse en Mohamed Zablazo, Riñas, pendencias, broncas y altercados grandes y pequeños en el Bajo Panlocus: orígenes y consecuencias, Round Editors, Ignolia 284 d.d.J., p.p. 124-210.

***** En panlocuense, hombre de poco juicio, holgazán y sin ocupación fija.


JULITO “EL GANAPI”*

En cierta ocasión, Julito “El Ganapi” estababa discutiendo con Germán, el hijo de Jenaro y de Yolanda, hija de Indalecio, Primer Ministro de Rugalia. Germán molestó a Julito diciéndole que sabía de muy buena fuente que Paulo no era su padre y que su propia madre Jimena así lo andaba diciendo. Julito fue con su mamá, y ésta, ofendida, juró y perjuró (sic) que todo era una vulgar mentira. No creyendo lo que oía, Julito fue con Paulo, al que, con gran angustia le suplicó que le diese pruebas indudables de ser su padre. Jurando por la sagrada memoria de su abuelo y por las benditas aguas del Río Ribero, Paulo convenció al muchacho, y para aliviar su tristeza le ofreció no negarle nada que pidiese en aquel momento. Apenas escuchó esto, el presuroso joven le pidió a Paulo que le prestase el carro para ir a presumir con sus amigos. Al padre no le gustó la petición y aconsejó a su hijo que pidiera otra cosa más razonable, advirtiéndole los peligros de conducir un vehículo tan veloz sin la necesaria experiencia. Pero Julito insistió en su demanda, y como no podía el padre dejar de conceder la petición por el juramento hecho, accedió. Paulo revisó que el carro estuviera en orden y puso en la cabeza del muchacho un casco celeste con rayas amarillas, dándole las instrucciones convenientes. El joven empezó a andar y todo iba muy bien hasta que en una distracción se salió del camino. Turbado, perdió el control y comenzó a dar tumbos por todas partes, ya sobre una acera, ya sobre la otra. El carro ardió y de nada sirvieron sus gritos de auxilio. El infeliz joven acabó precipitándose en las aguas del Río Negro y ahí se ahogó. Unas mujeres de Crotalia encontraron flotando el cuerpo y le hicieron las exequias fúnebres. Jimena que lo buscó por todas partes, al fin lo halló en su sepulcro.

La muerte de Julito “El Ganapi” fue muy dolorosa para los suyos. La existencia de su pobre madre se volvió más triste y los hermanos quedaron desconsolados durante mucho tiempo. El hijo de Aureliano, Nazario —que se encontraba estudiando en Arria—, cuando se enteró de la tragedia de su primo, dejó todo y corrió a llorar al sepulcro de su pariente. Lloró tanto que perdió la vista y no volvió nunca más a estudiar. Paulo rehusó durante algunos años subirse al carro y no iba ni siquiera a trabajar. Por fin, después de infinitos ruegos de su jefe y de las súplicas de Jenaro, volvió a sus tareas cuando estaba al borde de la ruina.
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* Bigardo.

JOSÉ

José era hijo de Paulo y de Rosario, hija de Sabás. Encargaron su educación al caballerango Florencio —personaje de costumbres lustrosas y generosas nacidas de un noble y valeroso corazón, además de ser un profundo conocedor de Astronomía y Medicina—. Éste, supo inculcar en su discípulo las virtudes más simples como la modestia, la sensatez, el optimismo y los buenos modales.

José compuso todo tipo de remedios caseros para curar las enfermedades y las pestes y acompañó a los Exploradores en el Primer Viaje por la Conquista de Otras Tierras. Sostenía que lo más importante en la vida es tener salut i força al canut.*

En el 462 aniversario de la fundación de Aramia, esta ciudad y sus alrededores padecieron una cruel peste que obligó a sus pobladores a tomar medidas urgentes. Por ésto, decidieron pedirle ayuda a José para que dispusiera el remedio adecuado. Informados del paradero del doctor, enviaron embajadores a Cantauria y solicitaron al Congreso de aquella nación un permiso especial para que José pudiera viajar a Aramia y curarlos de la devastadora peste.** Cuando José llegó a aquellas tierras, lo primero que hizo fue solicitar la ayuda de todos, pidiéndoles que colectaran la mayor cantidad posible de serpientes venenosas. Con el veneno, elaboraría un suero para vacunar a la población y combatiría la plaga. En pocos meses, se erradicó la epidemia que tantas vidas cobró.***

En reconocimiento a tan importante servicio, los aramienses edificaron a José un suntuoso palacio en un bello paraje del islote que formaba la desembocadura del Dibertío. Ahí vivió José enmedio de una exuberante vegetación y dedicado a descansar de sus fatigas hasta avanzada edad, gozando además, de una absoluta paz y tranquilidad. Tranquilidad que le parecía mucho mayor cada vez que recordaba los trabajos pasados. Entonces, se dedicó al estudio de un acertado método para resucitar a los muertos y se cuenta que le devolvió la vida a Darío, hijo de Toribio, lo que le traería serios problemas con Gregorio pues éste tenía mala conciencia por los crímenes cometidos y pensaba que con la resurrección de tantos hombres, alguna de sus víctimas resucitada buscaría cobrar venganza. Gregorio intentó con amenazas hacer desistir a José de sus experimentos. Como no lo logró, obtuvo el consentimiento de Jenaro para hacer matar al médico. Y de esta manera, terminaría la vida del ilustre doctor. Paulo, para vengar la muerte de su hijo, asesinó a los autores materiales del crimen: Bruno, Esteban y Aparicio. En honor de José se celebraron homenajes póstumos por todas partes, pero sobre todo en Cantauria, Antépolis, Auria y Crotalia.

José tuvo con Tulia —a la que odiaba con toda su alma— dos hijos y tres hijas. Los varones, Buenaventura y Gorgonio fueron los célebres médicos que acompañaron a los antepolitanos en la expedición a Roña. Su hija Eugenia —abnegada enfermera— fue distinguida con el título “Señorita Salud”. Esta mujer y su esposo, Raúl, se especializaron en la atención de las molestias de la convalecencia, y, para demostrar que durante este tiempo el cuerpo está muy delicado y que es menester cuidarse mucho, pusieron el ejemplo de ir siempre bien abrigados, cubiertos con un capote de lana gruesa, un capuz en la cabeza que no dejaba ver más que una parte de sus rostros, unos guantes y unos calcetines gruesos.
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* Salud y fuerza en el canuto.

** Estaba tan reglamentado en Panlocus el trabajo de los médicos que para poder salir de su país necesitaban autorización expresa de las Cámaras.

*** Esta es la primera referencia que tenemos del mal du canard (mal del pato), enfermedad que —aunque logró controlarse como aquí se refiere— ha venido desarrollando nuevas formas, haciéndose imposible su cura hasta nuestros días. José, en su Curalia e Salute describe este mal de la siguiente manera: “...el (...) mal du canard (...) es una (...) enfermedad infecciosa aguda que afecta a todo el cuerpo, de la cabeza a los pies (...) y que puede dar lugar a (...) cualquier cosa. El periodo de incubación varía de dos días (...) a diecisiete años (...) Inexplicablemente, los niños menores de doce años son inmunes (...) Muy contagiosa, sus síntomas principales son: (...) altas fiebres y escalofríos (...), un profundo aburrimiento y un insoportable mal humor (...) por lo que su cura se hace sumamente difícil. Además, presenta otros síntomas secundarios, como (...) inflamación de los testículos en los hombres y de las mamas en las mujeres (...), proliferación de verrugas en todo el cuerpo (...), tos (...), conjuntivitis (...), escoriaciones de la lengua (...), etcétera. En las mujeres embarazadas provoca el aborto (...). Produce angustia, dolores neurálgicos (...), fatiga, dificultad de concentración, vértigo (...), prurito anal (...), náuseas y vómitos, dificultades respiratorias (...), alargamiento y engrosamiento de los dedos de los pies (...), disminución de la líbido (...), rigidez de las articulaciones al levantarse por la mañana (...), ataques que comienzan ocasionalmente con un grito y que continúan con incontinencia urinaria y fecal (...), hormigueo en las orejas, en el paladar y en las axilas. Provoca también sensibilidad y reflejos alterados (...), dilatación de las pupilas.(...). La frecuencia del pulso puede ser superior a 180 y las respiraciones son de 15 a 20,. La presión sanguínea puede estar ligeramente elevada con una amplia presión del pulso (...). Se observan surgimientos repentinos de juanetes (...). Diagnóstico: debe de hacerse un diagnóstico de mal du canard en toda persona (...) expuesta al contagio (...) de otro enfermo (...) Pronóstico: (...) la muerte segura (...) Tratamiento: (...) no vale la pena...”


ARCADIA, LAURA, ANA O DOLORES

Según queda dicho, Arcadia fue hermana de Paulo e hija de Leticia y de Jenaro. Su fama empieza en Tiegoria con el nombre de Ana. Después, cambiaría varias veces de nombre según sus varios empleos y domicilios. En la Región de las Montañas se hizo llamar Laura, en la de las Costas, Arcadia, y Dolores en la de los Valles. Fue una dama cortés, pacífica y muy celosa de su honra. Se rodeó de buenas personas, honestas y discretas. Fiel amiga de sus amigos y atenta siempre de la familia y demás obligaciones cotidianas. Se aficionó a la Zoología desde pequeña por lo que pasó largas horas en el bosque dedicada a observar todo tipo de bichos. Según los poetas, sus encantos y virtudes casi mágicos, inspiraban en quien la conocía los más nobles y elevados sentimientos.* Mujer firme, de una sola cara y costumbres sanas que siempre vistió sencillamente con blusas de encaje, tras las cuales podían avistarse sus muy crecidos pechos.

Si algo indignaba a Arcadia era el desorden. No soportaba ver las cosas fuera de su lugar y su mayor placer era contemplar los patios barridos y regados. Esta manía por el orden la hizo parecer en varias ocasiones como una persona despota e intolerante.

Es célebre su amor con Miguel —personaje famoso por la manera de manejar la lanza y la espada—, que quedó locamente enamorado de Arcadia desde el día en que la vio desnuda bañándose en el río. En aquella ocasión, Miguel se despojó de su ropa y se lanzó trás ella, que también quedó cautivada. Miguel era un destacado intelectual de Potinqué, aunque algunos dicen que fue un mediocre porquero muy dado a las observaciones astronómicas que habitaba en el Monte Alto del Auria Meridional.

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La mansión de Arcadia en Marfilia es considerada una maravilla de buen gusto y acogimiento. Medía cuatrocientos veinticinco pies de largo por doscientos de ancho. El edificio era sostenido por ciento veintiséis columnas de maderas preciosas de Friaca primorosamente esculpidas de setenta pies de alto. Decorada en su interior con extraordinarias piezas de arte, artesanía y antigüedades de más de cuatrocientos años**, esta residencia, maravilla de la arquitectura universal de todos los tiempos, se consumió en las llamas por el incendió que provocó un fanático llamado Antolín que quizo con esta acción eternizar su memoria.

Aunque los de Marfilia ordenaron bajo graves penas que nadie pronunciara su nombre, Antolín logró su objetivo. Es digno destacar que este incendio sucedió la misma noche en que nació Tomás Martiniano, quien habría de dar lugar a uno de los sucesos más memorables de la historia.
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* Más elevados que nobles según Heladio Parada. Cf. “Motivaciones mágicas de personajes importantes”, International Journal of Sexology, Priana 272 d.d.J., p. 12.

** Cf. Luisa Trápaga, “Mujeres de la historia con buen gusto”, en Decoración y Jardinería, núm. 16, Ascondia 416 d.d.J., p.p. 7-21.


FIDEL

El singular modo de vida que llevó Fidel y la gran simpatía que irradiaba le hicieron uno de los personajes más atrayentes de su tiempo. Por su carácter jovial y extrovertido fue muy popular en Tiegoria y en Antépolis. Fue hijo de Jenaro y Celia. Ésta, recién lo parió, recibió la visita de Juana que quería vengar la infidelidad de su marido Jenaro. Juana sugirió a Celia que solicitase de su amante una prueba indiscutible de amor, aconsejándole que le pidiera una gran canasta de frutas exóticas traídas de lejanas tierras.* Jenaro accedió a la petición, pero sin saber que Juana había envenenado previamente las frutas. Al primer bocado que Celia dio a una pera, pereció. El pequeño Fidel quedó huérfano de madre y Jenaro no tuvo más remedio que apechugar. Sin chistar, recogió al pequeño que apenas tenía doce días de nacido y lo llevó consigo. Preocupado por su crianza, Jenaro encargó a Urbano que buscara alguna nodriza. Así, encomendaron al bebé con el viejo ciego Nazario que regenteaba a tres señoras profesionales en el asunto de amamantar y que vivían en el Monte de la Comadrona, en Crotalia. Estas mujeres se hicieron también cargo de la educación del niño con particular cuidado, inspirándole, además, tan nobles sentimientos que creció con el deseo de imitar las mejores acciones de los héroes de su patria y merecer el título de “Bienhechor del Género Humano”.

Con el tiempo, Fidel mostraría mucho valor. Se hizo memorable por sus parrandas, especialmente por las que realizó en Charandalia y que dieron origen a unas célebres fiestas en las que se comía y bebía inmoderadamente, aparte de cometerse otros excesos en los que se daba rienda suelta a todo tipo de pasiones. En estas juergas participaban hombres, mujeres y niños que concurrían de todas partes portando diversos instrumentos musicales. Organizaban concursos de disfraces y competían en ver quien tenía los cabellos más largos y más sucios. Adornaban el lugar de la fiesta con hojas tiernas de vid y hacían sonar incesantemente unas campanitas de bronce. Los más viejos, blandían en la mano unos largos bastones cubiertos de hiedra y parra llamados tirsos. Todos gritaban y corrían por sin ningún orden.

De entre las niñas, se escogía** a dos de las más bonitas para que llevaran sobre la cabeza unas canastas llenas de flores. Dentro de las cestas escondían unos pequeños pero valiosos regalos que eran sorteados al final de la festividad. Cuando alguien adivinaba su contenido se guardaba muy bien de publicarlo, pues corría el riesgo de ser aporreado, ya que era de mal agüero saberlo.
Remigio —máxima autoridad de Mebengo— que se preciaba de saber moderar las pasiones más vehementes como la ira, la ambición y la soberbia, de mantener la constancia en el trabajo y de ser capaz de sortear las adversidades con ejemplar muestra de ánimo y entereza, se atrevió, junto con las hijas de Silvestre, a condenar aquellas fiestas, e intentó por todos los medios que no se volvieran a celebrar por considerarlas un merdé*** opuesto a las buenas costumbres. Pero no sólo no prosperó su propósito, sino que además, quedó ante todos como un completo imbecil, siendo etiquetado desde entonces de sangrón, mojigato, intolerante y ultraconservador.

Los amigos de Fidel nunca dejaron de admirar las muchas virtudes que tenía y se mantuvieron incondicionalmente a su lado. Siempre lo acompañaron en aquellas francachelas llenas de entusiasmo a las que tanto se oponían los más prudentes y que inspirarían la creación de tantos y tantos buenos versos.

Fidel fue un poca solta**** lampiño, con cara de niño y muy susceptible a enfermarse de las frecuentes epidemias de tortícolis que sucedían en Panlocus. Casi siempre vestía con piel de cabra o pantera. Hoy todos lo recuerdan por su famosa frase: “una vida sin fiestas es como una paella sin azafrán”.
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* Este presente era considerado como una indudable promesa de amor eterno y pocos eran los que se atrevían a ofrecerlo para no quedar en entredicho.

** Dice: ...escogía; debería decir exactamente lo mismo.

*** Mierdero.

**** Tontón.


LAS HUERFANAS DEL MONTE ADNUTES

Cuentan los poetas que en la cima del Monte Adnutes vivían Fidel y Paulo con las nueve Huérfanas integrantes del Coro de las Damas Cantantes del Monte Adnutes, conocidas también como matérides. No sabemos con precisión el origen de este nombre, pero suponemos que lo recibieron por haber nacido en Matea, provincia de Cornerolia, aunque, también podría ser una deformación de Mateo, vencedor de la Batalla de los Coscorrones.

Las matérides cantaban bajo la conducción de Paulo, que también dirigía la Orquesta Filarmónica del Adnutes en el Auditorio del Monte Puro, e interpretaban con gran sensibilidad conocidas piezas populares que alababan las hazañas de los héroes de la patria.*

Pero cantar no era la única gracia que tenían las Huérfanas. Cada una destacó en otras actividades. Clara fue una extraordinaria historiadora y sobresalió en el arte de tocar la vihuela. Elena, hizo una extraordinaria colección de máscaras, fue flautista y poetisa. Marcela —aunque ajena a toda emoción e indiferente al placer y el dolor—, era una buena actriz, como Susana, pero ésta, además, fue la mejor arpista de todos los tiempos. Reyna se dedicó a la coreografía y diseñó un singular método para medir el tiempo de vida individual, basándose en la intensidad emocional de cada quien. Remedios cultivó la poesía galante; destacó con sus Poemas a flor de piel. Albina ejercitó la poesía lírica, las odas, las canciones, las sonatas, los sonetos y los sonsonetes interpretados al piano. Bárbara, que murió virgen,** profundizó en la Astronomía y escribió un libro de mil doscientas setenta y cuatro páginas sobre la cópula. Su pasión era el trueque y cambiaba cualquier cosa. Salomé —que tuvo fama de hipócrita, falsa y mala perdedora— se dedicó a la poesía heroica y al arte de la elocuencia. Dejó testimonio de su trabajo en unos rollos de pergamino pintados por ella misma.

Por sus virtudes, las Damas Cantantes del Monte Adnutes despertaron gran admiración y cariño en todas partes. No hubo lugar en el que no se hablara de ellas.

Un día que las matérides se dirigían al Auditorio del Monte Puro para celebrar un concierto, las sorprendió una tempestada a medio camino. En su auxilio acudió Apolinar, un maniático sexual que se había enseñoreado por medios ilícitos de las tierras de la Quinta Poza. Éste, les ofreció amparo en su casa y ellas aceptaron. Después, no querría Apolinar dejarlas en libertad sin antes abusar de ellas. Las pobres sufrieron mucho y tuvieron que trazar un plan para escapar. Cuando lograron huír, Apolinar creyó que podría alcanzarlas, pero el sátiro, en la persecución, cayó de lo alto de una torre y perdió la vida, siendo ésta la última fechoría que cometería aquel extraviado que quiso abolir las Bellas Artes y que llegó al extremo de poner dos bombas en sendas academias de danza de Panlocus.***

En una ocasión las hijas de Gildardo —rey de Cornerolia—, creyéndose insuperables en la dulzura de la voz y en la destreza para el canto, desafiaron a las Huérfanas. Éstas aceptaron el reto a condición de que si vencían, las Gildardas les cederían los extensos valles de Zurcigalia y, si sucedía lo contrario, quedarían las Gildardas en posesión de la Fuente de los Caballitos y de los Colgajos de Implicia. Por árbitros nombraron a los Rítmicos. Por fin llegó el día del encuentro y tocó cantar primero a las Gildardas que interpretaron un canto dedicado a la subversión de los Tajantes que ridiculizaba la victoria de Jenaro. Después, las Huérfanas entonaron un popurrí apologético de la figura de Jenaro, lo que inclinó definitivamente a su favor la preferencia del jurado. Las Gildardas no estuvieron conformes y quisieron desquitarse con injurias. Se armó un sangriento zafarrancho que desafortunadamente dejó un saldo de ocho muertos y cuarenta y tres heridos. Después de aquella ocasión las Gildardas fueron odiadas por todos.****
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* Los panlocuenses no eran muy dados a creer en sus héroes, puesto que no consideraban a la Historia como una ciencia, si no más bien como una relación arbitraria de incidentes, falsos o verdaderos, pero invariablemente determinados por el interés y visión particular de quien la narra, y, por lo tanto, desconfiable y subjetiva, entre otras cosas. Pero les gustaba tanto la fiesta, que cualquier excusa era buena para celebrar.

** !Qué bárbara!

*** Al respecto, véase Jenaro, Treintaiochoavo Informe de Gobierno, Editora del Poder, Tropotopeya 21 a.d.J., p. 911.

**** M. Zablazo, Riñas..., op. cit., p. 80.


SÓLO EXISTE MI DESEO
DE PENSARTE TANTO

[Poema escrito por Remedios]

MICAELA

Cuando Micaela tomo conciencia de que un día moriría, comprendió que lo único que tenía sentido era la vida. A partir de ese momento, su sabiduría consistió en nunca contrariar lo inevitable.

Capítulo Segundo

Los Habitantes de la Región de las Costas

[EXPLORADORES DE LOS MARES, LOS RÍOS Y LOS LAGOS]


El culto por las aguas nació en La Halia y en Tiegoria. De ahí pasó a Antépolis y Crotalia. Los antiguos consideraron al agua como el origen de toda fecundidad en el planeta,* y la adoración que sintieron hacia la lluvia y el mar por la utilidad que les brindaba, les hizo tejer a su alrededor fantasiosos cuentos y leyendas, honrándola como a la más benéfica de las divinidades. Los halias le ofrecían sacrificios humanos, no atreviéndose siquiera a tocarla en los días señalados, mucho menos a lavarse las manos y la cara, o a sofocar incendios. Para salir de una mala racha era común practicar curas con agua y ajo. Los tiegorianos veneraron al río Lindo que fertilizaba sus tierras y los idólatras charandaleses iniciaron un fanático culto al río Grago. Más de un vivales se aprovechó de esta creencia haciendo pagar a los que por ahí pasaban o necesitaban sus aguas.

Después de la primera lluvia del año llegaban peregrinos de todo Panlocus a la Ciudad de Marecón a una gran explanada frente al mar donde celebraban durante doce días y sus noches las tradicionales Fiestas del Agua y en las que, invariablemente, todos acababan en el agua.

Los ríos más importantes de Panlocus eran el Penoso, el Atascadero, el Combusto, el Ribero y el Amnes. El Penoso —llamado también Río a secas— pasaba por la laguna Araceli para desembocar en el Mar Cursio. Nacía en el Promontorio de Terrario y sus aguas eran muy amargas. Poco después de su nacimiento desaparecía bajo la tierra y no se le volvía a ver hasta muchas leguas de allí para atravesar por un paisaje austero y de inquietante serenidad. El Atascadero fue un río de aguas llambiscosas** que formaba un gran lago del mismo nombre. El Combusto, cuyo nombre proviene de una palabra que significa quemar, cruzaba todo el Gran Valle con sus aguas calientes. El Ribero nacía en el Monte Noveno y durante su recorrido formaba miles de arroyos muy fangosos. Se creía que sus aguas podían matar a quienes las bebieran, consumir el hierro y corroer cualquier vaso a excepción del que estuviera hecho con casco de caballo percherón. Le tenían tanto respeto, que, juraban en su nombre. Nadie debía por ningún motivo quebrantar este juramento, y, si se descubría que alguien lo hacía, tenía la pena de ser privado de la libertad por uno o nueve años, en algunos casos hasta de diecisiete, según fuera la importancia del juramento.

El nombre de Amnes , que significa olvido, se le dio a un río que tenía una peculiaridad: beber de sus aguas hacía olvidar. Los geógrafos ascondinos describen cómo este río se sumergía en la tierra para dar origen —cerca de Sibencia— al Lago Eorsi de Montaña, cuyo fondo no se hallaba nunca por su gran profundidad. Los hálitos que despedía el Amnes eran muy pestilentes ya que sus aguas pasaban subterráneamente por unas minas de azufre.

Muchos poblados pequeños y ciudades grandes de Panlocus crecieron frente al mar, cerca de los ríos o alrededor de los lagos. A continuación hablaremos de algunos personajes cuya vida pasó en estos lugares.
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* Cf. Ramiro A Säntal, Las sopas iniciales y el principio de los seres, Ediciones verdiazul, Piacia 480 d.d.J.

** Fangosas.


MARIANO Y MARIANA

Esta pareja vivió acampada en una enorme y mohosa roca de sal endurecida por el sol y alisada por las caricias del agua. En ese lugar —que por su ubicación constituía un espléndido observatorio natural—, contemplaban silenciosos el paisaje durante horas, obteniendo un gran conocimiento de los aires y los mares, de los astros y los caracoles. Les gustaba caminar abrazados por playa, sentir el suave golpeteo de las espumosas olas en sus pies y disfrutar de la refrescante brisa sobre el rostro.

Mariana y Mariano tuvieron un hijo marinero. Se llamó Alejo y un día —aburrido de vivir con sus padres— partió a navegar los mares en una rústica embarcación de vela...

Navegando a lomo de ola
va mi vida marinera
en medio de tempestades
o flotando en mar serena
Frías corrientes arrastran
a veces mi embarcación
o tibias aguas la mecen
sobre espumas de algodón

RUTILO Y ANDREA

Aunque hubo muchos Rutilos pues daban este nombre a cuantos hacían alguna navegación importante, el más famoso de todos fue el hijo de Prócoro y Matilde que gobernó el Imperio de la Región de las Costas. Era particularmente popular en Friaca y Antépolis en donde se le consideró la máxima autoridad en el conocimiento de los temas marinos.

Aunque nunca dio clases, Rutilo fue un maestro excepcional. Siempre que se le presentaba la oportunidad de enseñar algo,* lo hacía. Instruyó a quienes lo rodearon sobre diversos temas. En política, dictaba discursos como ministro; en milicia, hacía razonamientos propios de un capitán. Sabía de economía, de asuntos familiares, de Ciencias y de Artes. Ilustraba sus pensamientos con justeza, valiéndose en toda ocasión de sabios criterios y profundas sentencias. Se expresaba con claridad, elegancia, lógica y simpatía. Consideraba indecorosa la ignorancia, porqué ésta —según sus propias palabras— “...solamente produce hombres rústicos y groseros”.** Cuando Rutilo interrumpía una lectura, le gustaba hacerlo siempre en un punto, de preferencia en un punto y aparte.

Rutilo tuvo por mujer a Andrea, hija de Dorotea. Se enamoró de ella por el sutil perfume de bergamota que usaba y por la virtud que tenía de saber escoger muy bien a sus amistades, además de no incurrir nunca en celos, dobles tratos y enredos. Pero no fue fácil para Rutilo obtener correspondencia. Para lograrla, tuvo antes que regalar a su futura suegra siete delfines adiestrados en saltar un aro de fuego. Dorotea se había encaprichado con estos animales y aprovechó el amor de Rutilo por su hija para salirse con la suya.

Recién casados, Rutilo y Andrea zarparon en un pequeño velero llamado “Mojado” con la idea de recorrer en un largo viaje los mares de Panlocus. Al día siguiente de empezar la travesía, tuvieron que interrumpirla a causa de una violenta discusión de la pareja que, así, regresó a casa. Rutilo nunca le perdonó a su mujer que —por una ligerísima marea— ésta empezara a correr presa del pánico por toda la cubierta del barco, pegando gritos frenéticos de ¡nos hundimos papito, nos hundimos! y abrazándose a cuanto marinero le salía al paso. Desde aquel día las cosas fueron mal para el joven matrimonio.

Pero no sólo en su vida conyugal tuvo problemas Rutilo. Un día provocó la indignación de su hermano Jenaro por reprocharle que no hubiera intercedido en la decisión que el Tribunal de los Justos dio en favor de Marciano, quien había matado a un hijo suyo, cuando el único delito que había cometido éste, fue el de insultar a Alejandra, la hija de Marciano, moza que, además, tenía un corazón muy frágil y capaz de impresionarse fuertemente por cualquier cosa. El incidente desencadenó algo que tarde o temprano tenía que suceder: la división definitiva del Gran Imperio de Panlocus. En aquella ocasión —y para fortalecerse— Rutilo concertó varias alianzas, pactando con Mauro, el gobernante de Roña, un abusivo tratado de incondicionalidad a cambio de la edificación de unos muros para protejer a la ciudad de las frecuentes inundaciones. Como Mauro no cumplió lo pactado, Rutilo destruyó las obras hechas y provocó una terrible inundación en la que perecieron miles de roñanos, ahogándose en esta ocasión hasta la propia hija de Mauro, Benita.

Como Rutilo era emprendedor, construyó muchos puertos en las bahías de Antépolis y Crotalia, instituyó los célebres Juegos Provincianos conocidos actualmente con el nombre de Juegos Peninsulares, fundó el Crown Circo de Aramia, organizó las primeras Fiestas de Febrero, alentó la afición por las carreras de sacos, las corridas de toros y las peleas de gallos. También impulsó la industria de la concha marina y la fabricación de la harina de pescado para forraje porcino.
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* Dice: oportunidad de enseñar algo,...; Debería decir: oportunidad de mostrar sus conocimientos,...

** Rutilo Pérez, Manual de Sabiduría y Cultura General, Proyecto Editorial, Curalia 111 d.d.J., p. 40.


CIRILO, SUS HIJAS Y SUS YERNOS

Cirilo fue hijo de Rutilo y de Andrea. Era un personaje rico en pensamientos breves pero profundos. De él es la conocida frase “antes de que oscurezca, aprovechemos, veamos claro”. Se distinguió por el profundo conocimiento que tuvo de todas las cosas que emprendía, por su amplio criterio, pero sobre todo, por su sorprendente sensatez. Casi siempre decía la verdad y, cuando mentía, lo hacía con tal belleza y dulzura que valía la pena creerle. Aunque adquirió una gran autoridad moral que siempre aprovechó para imponer su voluntad, nunca pudo evitar la ruina de Roña causada por el secuestro de Agustina.

Cirilo instruyó a Fortino —su sobrino y uno de sus más aventajados discípulos— en el cultivo de la manzana, en la búsqueda de tesoros y en las técnicas terroristas.

En su casa de campo frente al Mar Caldo, dedicaba largas horas a la meditación. Le gustaban las reuniones familiares y vagar por las calles. Cada verano lo pasaba en compañía de sus hijas y sus yernos observabando las migraciones de pájaros hacia el sur. Hacía largas caminatas por la playa recolectando conchas marinas con las que hacía collares, prendedores, pulseras, anillos y unas pequeñas trompetitas de dulce sonido.

Cirilo era un hombre al que ninguna mujer se resistía y tuvo —en búsqueda del anhelado varón que nunca llegó— doscientas cincuenta hijas: las famosísimas cirilas, todas muy guapas, y que siempre vivieron rodeadas de halagos, lisonjas y placeres extravagantes. Impresionaban mucho por su exótica forma de vestir. Su padre les consentía cualquier capricho por disparatado que fuera, llegando al extremo de dejarles montar sobre el lomo de una ballena orca. Afortunadamente nunca les pasó nada y pronto cambiaron el juego por una nueva frivolidad.

Aunque varios historiadores describen las andanzas de las cirilas, los documentos más importantes sobre sus vidas son sin duda las cartas que desde las Trivialias mandó un subalterno del general Evodio cuyo nombre no recuerdo. Ahí se narran con lujo de detalle las locuras que cometieron en las playas de Crotalia.

Para los maridos de las cirilas la vida siempre fue como una fiesta; eran unos niños bonitos, hijos de papá, sin ocupación alguna. Unos muchachos bien bronceados, bien altos, bien fuertes, adornados discretamente con unos pequeños aritos de oro en la oreja izquierda, pero vacíos de corazón y cabezotas.

Las cirilas y sus maridos —a los que acabaron apodando los cirilos— fueron muy despreciados, tanto que acabaron retirándose a vivir muy lejos, en unos aislados parajes en donde se quedaron hasta su muerte.

QUIRINO

Según los antepolitanos, Quirino fue un hombre muy bondadoso. Era natural de Colonia, ciudad de la península de Cornerolia. Tuvo a su cargo la responsabilidad de dirigir la Comisión Panlocuense para la Protección de las Especies Marinas (COPAPROESMA). En sus ratos libres se dedicaba al conocimiento del pasado y del futuro, llegando a ser el mejor adivino que se conoció en la Antigüedad. Sin embargo, este oficio sólo le serviría de infelicidad anticipada, pues sentía los males que lo amenazaban mucho antes de que llegasen.

Quirino no se dejaba ver fácilmente por quienes querían consultarlo y con frecuencia se disfrazaba para evitar ser reconocido. Sus evasivas se debían a una extrema prudencia, virtud que adquirió en Tiegoria durante sus años de formación. Nunca le gustó conjeturar. Era impenetrable y se necesitaba presionarle mucho para descubrir alguno de sus secretos. Sabía disimular y esconder muy bien sus pensamientos. Cuando alguien quería su consejo, debía cogerle durmiendo,* atarlo fuertemente, golpearlo y perseverar aunque se negase a hablar. Sólo de esta manera accedía a responder a cuanto se le preguntaba. De este medio se valió Cayetano (por consejo de Sabina, hija del propio Quirino) para consultar qué sucedería en su patria después de la ruina de Roña. Así lo hizo también Sergio, hijo de Nadia, la hija de Eneas el rey de Naradia, para saber cómo marcharía el negocio que emprendió con miel de abeja. Sergio estaba muy preocupado pues la primera generación de ápidos se le había muerto de la noche a la mañana y sin explicación alguna.

Si algún defecto tuvo Quirino fue su terquedad. Nadie podía convencerlo de nada. No dudaba, creía o no, pero la duda la consideraba muestra de debilidad. Resulta interesante, aunque discutible, la tesis que sobre credulidad e incredulidad desarrolla Quirino en su libro Lib Dogmatikon: solitó druda. (El dogma: única vía).

Quirino casi nunca estaba fuera de casa y en las raras ocasiones que salió, siempre se hizo acompañar por alguno de sus más íntimos amigos; el pastor Juventino, el pescador Antonio o el marinero Julián.
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* Dice: debía cogerle durmiendo,...; Debería de decir: necesitaba sorprenderle durmiendo,...

UBALDO Y SUS HIJAS

Ubaldo el temerario marinero no nació —como las malas lenguas decían— de una relación incestuosa. No era sobrino de su propio padre. Tenía el don de la claridad y nunca se detuvo en equívocos o agudezas frías, sabiendo encaminar su mente y su corazón para disfrutar natural y vivamente todos los asuntos que emprendío. Le gustaba hablar del pasado y apreció como pocos las sorpresas agradables que la vida le daba. La suma de éstas —decía— era la mejor manera de medir la felicidad.

Ubaldo amó a Zita con un amor sano y dulce, teniendo con ella siete, o talvez ocho hijas. Las dos mayores fueron Albertina —portera del huerto de los manzanos y los ciruelos de Fortino— y Rosalba, madre de Policarpio. De las demás, Patricia y Silvia nacieron albinas y fueron apodadas las viejas por sus blancos cabellos. A las tres menores las llamaban las amargadas. Ubaldo tuvo también con Candelaria otra hija, la temible Olga.

Algunos autores añaden a las dos hermanas mayores una tercera llamada Irma. Éstas dos, o tres, mujeres vivían en una solitaria isla del Océano en donde casi nunca alumbraba el sol por lo denso de las nubes que por ahí siempre había. Eran tan tacañas, que —teniendo muy mala vista y muy mala dentadura— se turnaban unas solas gafas y la única dentadura postiza que tenían pues se resistían a gastar en otras. Cerca de Albertina y de Rosalba vivían sus hermanas menores, las amargadas que se llamaron Marta, Estela y Leocadia. Las dos primeras, aunque feítas, no envejecían nunca y se conservaron siempre muy frondosas. Sin embargo Leocadia que estaba adornada de una singular belleza, envejeció prematuramente. A los diecisiete años de edad era ya una verdadera anciana. La causa de este repentino deterioro es atribuída al disgusto que un día tuvo con Doña “P”, quien irritada por los amores que la joven tuvo con su marido, le propinó tal paliza que se le desencadenó un acelerado y hasta entonces nunca visto proceso de deterioro físico que le amargó la vida, transformándole además su hermosa cabellera en unas espantosas hilachas de las que se desprendía un olor muy desagradable. La desdichada Leocadia finalmente sería asesinada con brutalidad por el esposo de Aurora, Acacio y sin que conozcamos aún a ciencia cierta el movil de este espantoso crimen.

Las opiniones que conocemos sobre las amargadas son diversas e incluso contradictorias. Para unos, fueron unas mujeres intolerantes y belicosas que siempre mantuvieron rencillas con las señoritas González*; algunos dicen que eran feas, llenas de maldad y chismosas; que hicieron tantos estragos en Pirubia que nadie podía recordarlas sin sentir gran molestia y disgusto. Y que por ésto Acacio decidió combatirlas. Para otros, fueron bellas, bondadosas y poseedoras de una gran riqueza material y espiritual que gustaban compartir; que vivían acompañadas de sus dulces maridos y de gente buena, feliz y cariñosa en unas islas más allá de la frontera de Panlocus por donde Yammón** perdió el cincho, y que, encantaban a quien las veía.
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* M. Zablazo, Riñas,..., op. cit., p. 58.

** El demonio en Panlocus.


FILEMÓN Y LEODEGARIO

Amado fue hijo de José María y nieto de Patricio. Era rey de Chipirona, una próspera región de la costa de Cangrejalia. Con su primera mujer, Herculana, tuvo dos hijos llamados Gualterio y Carmelo. Con el tiempo Amado acabó odiando a esta mujer y se volvió a casar, ahora con Soledad —hija única de Roberto, el ilustre rey de Mebengo—, con quien tuvo dos descendientes más, Marco y Engracia.

Eran los hijos del primer matrimonio los herederos naturales de los bienes de Amado, pero quiso Soledad que sus hijos heredasen todo, y para lograrlo, trató de sobornar al escribano que guardaba los documentos de la herencia pidiéndole los modificara a su interés. Como no lo convenció, entonces intentó matar a los hijos de Herculana, que advertidos del peligro que corrían, huyeron a la ciudad de Cobija llevando consigo gran parte de las pertenencias de su padre. Amado, al enterarse de todo, sostuvo con Soledad una desafortunada discusión en la que perdió el control de sí, matando accidentalmente al pequeño Marco que escuchaba la discusión escondido debajo de la mesa. En un arrebato de ira, Amado descargó un fuerte puñetazo sobre el mueble que quedó hecho astillas hiriendo fatalmente a su propio hijo. La amedrentada madre cuando se dió cuenta de lo sucedido, sólo se le ocurrió huir despavorida de lugar mientras su rabioso marido la perseguía. En la carrera Soledad dio un tropiezo, se precipitó por un acantilado y fue a dar al mar, pereciendo ahogada frente a su azorado esposo.* Es por este suceso —dijeron los antepolitanos— que Juana, con la ayuda de Celia, maquinó un plan para sembrar la discordia entre Amado y sus propios hijos, y vengar a Soledad de su desgracia. La intriga dio resultado y Amado se dedicó a perseguir a Gualterio, a Carmelo y a Engracia para quitarles la vida. Ésta enloqueció al poco tiempo, no encontrando mejor remedio a sus penas que el suicidio. María, la madre de Herculana, estaba muy preocupada por el peligro que corrían las vidas de sus nietos y pidió ayuda a Rutilo para cambiarles su fisonomía y despistar así el frenético acoso del padre de las criaturas. De esta manera fue que pudieron empezar a vivir más o menos tranquilos. Además, Gualterio cambió su nombre por el de Leodegario y Carmelo por el de Filemón. Así fue esta historia, pero nunca recibieron la herencia que les correspondía, origen de esta tragedia.

Filemón envejeció amargado en su refugio de la Isla de los Cerriles donde montó un moderno negocio de cuidar niños que le permitía vivir desahogadamente. A los ochenta y dos años realizó su sueño dorado: corrió el Maratón Anual de los Juegos Peninsulares que se celebraban en Provincia. Compitió contra jóvenes de veinte a veinticinco años y obtuvo un meritorio cuarto lugar. No alcanzó medalla, pero se hizo merecedor de una hermosa corona de claveles y ramas de pino. Al recibirla fue tanta su alegría que murió fulminado de un ataque al corazón. De Carmelo sabemos muy poco, pero parece que se guareció en Aramia donde tenía muy buenos amigos.

Las matronas de Mebengo al conocer la tragedia de Soledad y sus hijos, hicieron tal demostracion de dolor y sufrimiento que Carolina, hija del Negro Du, se fastidió por lo ridículo de la situación y fue a tirarles piedras desde lo alto de un peñasco, lesionando a varias seriamente. Desde aquella ocasión, las matronas —que solían bañarse en las aguas del mar— no volvieron jamás a pisar una playa.

Por sus desgracias, ninguna familia inspiró tanto la creación de escritos trágicos como la de Amado. Podríamos continuar relatando más historias de esta familia pero no queremos amargar al lector.
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* Constancia Jimena de Legorreta, Tropiezos y descalabros causados por angustias profundas del subconsciente, Editorial Pirata, Rabadia 337 d.d.J., p. 73.

ANTONIO

Antonio era un joven de gallarda presencia e igual dulzura y prudencia en el trato de sus amigos que en el de sus amigas. Fue famoso por su intrepidez y por el valor ante sus enemigos. Pescador celebre por las proezas realizadas en mares, ríos y lagunas, que logró profundizar en el conocimiento de la pesca. Por desgracia murió ahogado un día que no era propicio para la navegación sin que antes trasmitiera sus conocimientos a las nuevas generaciones.

En memoria de Antonio se publicó un pequeño librito sense cap ni peus* cuyo texto —en honor a la verdad— carece de interés, pero que constituye sin lugar a dudas una joya del arte tipográfico. La primera edición —y única hasta nuestros días— aparece en la ciudad de Charcaturbia con el título de Antonio y el mar: pescador y lugar para nadar y fue realizada en los Talleres Gráficos Fina Estampa de Don Conrado Tintero. Sólo se imprimieron ochentaicinco ejemplares, y aún no se agotan. El libro está impreso sobre un finísimo papel de barba hecho a mano, en cuya elaboración de superficie lisa y ligeramente ahuesada se emplearon materiales especiales, como trapos de lino y algodón mezclados con las más finas sedas traídas desde Auria y pastas concentradas de las mejores maderas de Friaca. La encuadernación es extraordinaria, con forros de piel repujada de foca marina nonata, cabezadas y cintillas bordadas a mano con hilos de oro y plata. Unas bellísimas capitulares y unas excelentes ilustraciones de Tosté acompañan al texto. Quizá se abusa un poco de orlas y ribetes, aunque hay que reconocer que están puestos con buen gusto. Pero a fin de cuentas, lástima de tanto arte, tanto oficio, tanto gasto y tanto tiempo invertido para publicar un texto tan vano.

QUIEN VA DE PESCA EL CULO SE REFRESCA

Antonio vivía en la ciudad de Percebes, donde además de pescar hacía trabajos de traducción para ganarse la vida. En sus ratos libres buscaba obstinadamente nuevas formas para mejorar los imperfectos sistemas de medir el tiempo, pues creía que la vida —al igual que la pesca— no es otra cosa más que esperar, y como toda espera necesita de una medida, se empeñó en diseñar mejores relojes.

Los artistas panlocuenses caracterizaron a Antonio con barbas, cabellos negros, lacios y muy largos, piel morena y cuerpo esbelto.
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* Sin pies ni cabeza.

OLGA

Un día Antonio se enamoró de la bella hija de Ubaldo, Olga. Como no pudo lograr su correspondencia, recurrió a Cristina —célebre correveidile que habitaba en un promontorio de la costa de Crotalia— para que ablandase el corazón de su amada con la eficacia de sus enredos. Como Cristina quedó cautivada con Antonio, quiso persuadirlo de que olvidase a Olga y mejor le amara a ella, diciéndole ser más digna de su cariño. Antonio, sordo a la propuesta, persistió en su demanda y entonces Cristina —cegada por los celos— dispuso destruir a su rival. Se dirigió a los campos de Hierbalia, fértiles en plantas tóxicas y recogió las que sabía más dañinas. Las puso a hervir en un gran caldero con muchos otros ingredientes ponzoñosos, empleando nueve días y nueve noches en disponer un misterioso preparativo para envenenar el agua que acostumbraba a beber Olga. Tan sólo con un sorbo de aquella agua, la pobre mujer sintió morir; le cambió el color de la cara, perdió la fuerza en todo el cuerpo, vomitó y evacuó el vientre en forma alarmante. Cuando quizo buscar ayuda no pudo ni siquiera moverse a causa del insoportable dolor que la hacía retorcerse por el suelo. La infortunada resistió aquel martirio por espacio de doce días y se salvó. Pero quedó tan desmejorada que Antonio perdió todo interés en ella. Parecía como si le hubieran echado cincuenta años encima. Tanta fue la amargura de Olga desde entonces que se dedicó a joder a medio mundo*; se rodeó de unos furiosos perros ladradores que no dejaban que nadie se le acercara y —sin saber porqué— le vino una terrible aversión a los marinos. Fobia que llegó a tal grado que decidió gastar toda su fortuna en construir una diabólica máquina de hacer ruido que colocó frente al mar, en la parte más angosta del estrecho que separa la Isla de los Salchuchos y Crotalia —precisamente en el lugar que hoy ocupa el Faro de Estridalia, un sitio muy peligroso por ser en él muy rápidas las corrientes y donde las aguas se arremolinan azotando furiosamente las rocas y que se volvió del todo intransitable con el ruido que producía aquel diabólico aparato. Los temerarios marinos que osaron llevar por ahí sus naves naufragaron irremediablemente. Y fue así como Olga desquitó el ultraje que recibió de Cristina.
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* R. Zvoroknia, Gorkie [Amargor], Ed. Estanco, Cian 383 d.d.J., p. 17.

JOSÉ MARÍA Y SUS HIJOS

José María era hijo de Hipólito y nieto de otro José María. Oriundo de Zacatardia, un pueblito cerca de la ciudad de Avivalia donde los pájaros morían por no saber volar, siendo aún niño fue desterrado con su hermano mayor por un delito que juntos no cometieron (sic). En esa ocasión José María se amparó con Lorenzo, gobernador de las Islas Eulogias, después llamadas Islas Chema en su honor. Lorenzo era un gran hombre, muy modesto, que supo mantenerse al margen de escenarios, plataformas y pedestales e influyó favorablemente en la moralidad del joven José María.

Por los tiempos de la guerra de Roña, nuestro personaje se casó con la hija de Lorenzo, María Tecla, con quien heredó una inmensa fortuna. El matrimonio le sentó tan bien, que pudo destacar por su equilibrio y sano juicio, por su prudencia, y hasta por la hospitalidad para con los extranjeros; aprendió a templarse el carácter con sabiduría, y —sobre todo— tuvo una enorme sensibilidad al dolor ajeno. Siempre se conducía atinadamente gobernando sus pasiones y afectos para que el mal de los demás se pudiese aliviar, o por lo menos suavizar. En toda ocasión trató de contentar al prójimo, remediando casi siempre sus penas. Encaminó su vida por la senda de la dulzura y no había peor dolor que pudiera sufrir que el conocer la desgracia de los demás. Cuando esto sucedía, perdía sin remedio la fuerza y sus propios sentimientos lo ahogaban a tal punto que daba una impresión tan trágica que no había corazón para sufrirla.*

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Valiéndose del curso que tomaban los humos de los volcanes de la Isla Real del Pino, José María se dedicó a la observación de los vientos. Fundó el Observatorio Meteorológico de Panlocus y pronosticó durante veinticinco años seguidos con una semana de anticipación —sin equivocarse nunca— qué vientos correrían, y por dónde. Como por entonces estaba muy imperfecta la navegación, el miedo a las tempestades obligaba a los que habían de embarcarse a consultar a José María para saber si les sería favorable o no el clima durante sus travesías. Siempre sus consejos fueron prudentes y convenientes, afianzando de esta manera cada día más su reputación como un verdadero experto en la materia. José María desarrolló una singular tecnología para preveer con mayor exactitud no sólo el curso de los vientos, sino también las tempestades del mar, basándose para ello en la relación que existe entre las mareas y la posición de la luna.**

José María tuvo doce hijos, seis hombres y seis mujeres, a los que con sabias expresiones y donaires elegantes e ingeniosos supo reprender suave pero agudamente, dejándoles siempre alguna ilustrativa lección. Los doce hijos menos uno, Casimiro al que apodaban el noi***, siguieron viviendo al lado de su padre después de casados, en una vieja casona con una amplia estancia donde la familia se juntaba todas las tardes para jugar con la enorme cantidad de juegos de mesa que José María coleccionó durante su vida.

Casimiro —quien huyó de la promiscuidad de su casa— fue el único descendiente de José María que a la larga pudo destacar. Escribió un célebre libro que ensalzó y mitificó la vida de su padre. El noi —que sabía hacer unas graciosas estrellas de papel con cinco picos utilizando solamente tres dobleces y un corte de tijera— fue el único de todos los hermanos que se atrevió a despreciar las ideas de la época y, por eso, según palabras de su propio padre, fue un descarriado.****
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* Cf. Dulce Perón, Corazones frágiles y almas candorosas, Ediciones Seamos-Buenos, Dulces Vientos 441, d.d.J., p. 60.

** A José María se le atribuyen entre otros muchos inventos, la veleta en forma de gallito, el globo hidrostático con franjas de colores, el calcetín direccional, el eologiro, el tormentómetro, el granizómetro de tambor, la bola flotante y la campana de precipitados —instrumentos todos sumamente útiles a la Meteorología. Las contribuciones científicas y culturales que José María legó a la humanidad están compendiadas en el libro que su hijo Casimiro publicó después de la muerte de su padre. La obra lleva por título Apuntes de Geografía, Planografía, Astronomía y Matemáticas aplicadas al curso de los vientos: el diseño de una tecnología alternativa, la actitud ante la vida y algunas otras gracias de mi padre. Esta obra causó en su tiempo una verdadera revolución tecnológica.

*** El joven.

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Dice: fue un descarriado. Debería decir: fue un descarado.


TELÉSFORO

Telésforo fue una persona vacía. Dejó de pensar porque le hacía sentir frío. Su único éxito fue tener éxito.

LAS DAMAS DE LA VIDA ALEGRE

El nombre de Dama de la Vida Alegre sugiere entre otras cosas la idea del deleite, la pereza y la ociosidad. En Panlocus existieron muchas de estas damas, tanto más dañosas* cuanto más agradable era su exterior. Con sus atractivos terminaban de seducir a quienes después de oír la lisonjera dulzura de sus voces enloquecían perdidamente. Las damas habitaban una isla rodeada por peligrosas rocas escarpadas y hasta ahí atraían con sus encantos a los hombres. Dicen que eran como dosmil, otros dicen que como treintaicincomil.** Entre las más famosas están Lucrecia, Lidia, Francisca, Leonarda y Berta, que fueron las que pervirtieron a la popular Martina —esposa de Gregorio—, y de quien ya hablaremos.

Un día, las damas conversaban para ahuyentar el tedio y el vacío que las asfixiaba. Entonces, se les ocurrió la guasa de seducir a unos monjes de la Orden de los Castraditas que pasaban por ahí y que tenían una infinita vocación por complicarse la vida animados por su amor a la religión. Iban los curas en una carreta tirada por bestias***’, dirigiéndose a un lejano paraje, pero al escuchar unos bellísimos cantos que iban más o menos así:

ven aquí que te voy a acoger,
ven, ven y ven . . .

se sintieron tan atraídos que cayeron en la trampa como moscas. Nadie escuchó las advertencias que les hacía el Gran Sacerdote Iluminado —como se hacía llamar—, urgiéndolos a continuar el camino y a alejarse lo más aprisa posible de la celada que les habían preparado. En su impotencia, el Gran Sacerdote Iluminado gritaba, gesticulaba y corría poseído como un loco, alegando que el mismo demonio era quien entonaba los cantos. Los monjes, atabalats**** y sordos a cualquier consejo, tuvieron que calmar el escándalo de su líder —quien pensaba que los grandes inventos despiertan en el hombre un sentimiento chinchoso de prisa y desesperanza— atándolo a una rueda de la carreta. Así, lo llevaron con las Damas de la Vida Alegre y desde ese día los castraditas se mudaron a vivir con ellas, olvidando para siempre el voto de castidad que habían jurado. El Gran Sacerdote Iluminado prometió a las damas no volver a creer jamás en el Altísimo y a no reprimir nunca más sus nobles impulsos sexuales.
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* Dice: tanto más dañosas...; Debería decir: tanto más mañosas...

** El dato de dos mil, proviene del Primer Censo Continental de Asentaderas Humanas para Arriendo, realizado por la Confederación de Estados Panlocuenses Amantes de la Líbido (CEPAL). El de treintaicinco mil, de Respuestas, denuncias, acusaciones y demás puestas en claro en torno a las falsas y tendenciosas investigaciones y declaraciones de la CEPAL, documento editado por el Club Aramiense del Bon Seny. Tomando en cuenta lo respetable de ambas fuentes, no podemos inclinarnos por una de ellas. Creemos que lo correcto sería tomar como dato definitivo un término medio, o sea, dieciochomil quinientas.

*** Dice: tirada por bestias. Debería de decir: tirada por otras bestias.

**** Atarantados.


ROMUALDO

Este oscuro personaje era hijo de Carolina y de Cenobio. Fue conocido como un viejo agiotista, egoísta, avariento, impertinente y carragat d’punyetes* que además de hablador y jactancioso gustaba de pervertir a los mozuelos. La imaginación no era precisamente una de sus cualidades, y esto es precisamente lo que lo convirtió en un hombre valiente, pues no podía imaginarse la muerte. Tuvo el empleo de lanchero en el Río Atascadero y paseaba a los visitantes domingueros al lugar en una vieja y carcomida barcaza. Era tan vil que ni a sus amigos o familiares quería y nunca llevó gratis a nadie, por lo que había que tener mucho cuidado en llevar el dinero suficiente para pagar el pasaje. Era muy antipático y casi siempre salía con algúna estirabec** durante los traslados, por ejemplo, a veces exigía a los paseantes que le mostraran su permiso de descanso (documento común en Panlocus y que solía decir más o menos así: Yo, patrón fulano de tal, con habitación en sutano paraje, certificó que el trabajador perengano ha cumplido y sin chistar. Puede, por tanto, disponer de tal o tales días de descanso. Rúbrica y sello).

Romualdo era porfiado e insolente con todo el mundo. Si decidía no pasear a alguien, por más súplicas que le hiciera, jamás condescendía y sin la menor compasión lo dejaba abandonado en la orilla. Tampoco embarcaba a personas mayores, niños u otros animales, salvo por orden expresa del gobernador. Una vez, ni siquiera esta disposición respetó y rehusó trasladar al propio Fortino con su gallo, aunque éste, contaba con la autorización de Jenaro.

Romualdo fue además, un viejo sucio, vestido con andrajos, muy mal hablado y tenía una barba larga, blanca y retorcida. Era fuerte y vigoroso. Estudió demasiada teoría económica y tomaba poco café con leche. Lo único bueno que se le conoce es haber escrito el siguiente poema:

Me enamoré de una niña
más bonita que cualquiera

mejor me vuelvo a la casa,
allá mi vieja me espera.
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* Lleno de manías.

** Jalada.


Capítulo tercero

Los Habitantes de la Región de los Valles

Los Valles de Panlocus están considerados la cuna de la cultura agrícola y campirana. Aquí se empezaron a desarrollar la agricultura y la ganadería como actividades sedentarias, originándose una extensa variedad de cultivos que habría de servir para mejorar la alimentación de la humanidad. Sus pobladores aprendieron a construir canales de riego y aprovecharon al máximo los recursos que la madre tierra les ofrecía hasta convertir en un vergel su árido medio, colmándolo de generosas huertas y hortalizas.

En Los Valles surgieron las primeras especialidades productivas. Cada habitante se instruía para cumplir una función específica y todos participaban en la producción, desde los niños hasta los ancianos.

Con la sedentarización de las tribus de Los Valles empieza la Civilización; se desarrolla el conocimiento sistemático de la Naturaleza, surge el primer calendario basado en el ciclo lunar, se crea un original sistema de escritura simbólica, los metales comienzan a fundirse, se elaboran las primeras piezas de cerámica y se tejen rudimentarios textiles. Pero también nacerían entonces infinidad de creencias, supersticiones, idolatrías, quimeras y religiones* que traerían consigo el miedo, la discordia y las guerras entre los hombres, sumiéndolos por siglos en el atraso y la ignorancia.

Por la necesidad de explicar los fenómenos naturales, los antiguos moradores de Los Valles imaginaron la existencia de genios, monstruos, fantasmas nocturnos, duendes y dioses con poderes infinitos a los que ofrecían fiestas y sacrificios, creyendo de esta manera garantizar buenos tiempos y abundancia en las cosechas. La principal celebración era la del Primero de Mayo en el Templo del Sagrado Sacerdote y en ella se realizaban unos vistosos sacrificios humanos**. A los mártires se los designaba por sorteo de entre los asistentes a la ceremonia y era considerado una suerte y un honor ser elegido.

Los valletanos creían en la existencia de paislates, o dioses de cada país, poblates, o dioses de cada pueblo, hogalates, los propios de cada familia, y, caraclates, los que velaban por la vida y conducta de cada persona en particular.*** A los poblates se los elegía democráticamente de entre los hogalates propuestos y tenían elecciones cada tercer día****, participando todo el pueblo —sin excepción de nadie*****. De paislate cambiaban cada sesenta años y no era permitida la reelección por ningún motivo. Para esta ocasión, celebraban una ceremonia modesta, pero muy emotiva.

Los panlocuenses hacían de sus paislates unas maravillosas efigies que escondían en lugares secretos para que los forasteros no las vieran o tocaran, pues creían que ésto les podría traer todo tipo de desventuras. Hoy en día aún se encuentran muchas de estas imágenes en las excavaciones arqueológicas.

A los poblates les dedicaban unos altares que decoraban, limpiaban y perfumaban exageradamente —especialmente los domingos y días festivos. Les ofrecían —además— cirios, vino, flores, frutos, corderos, ovejas y uno que otro hombre sacrificado.

De los hogalates no sólo se pensaba que guardaban el hogar, sino también que cuidaban las calles y los caminos. En su honor se organizaban unas fiestas llamadas cacerolias que empezaban con el equinoccio de primavera y en las que cada familia les improvisaba un culto a su antojo. Los hogalates eran representados con la figura del perro, costumbre que surge porque este animal ha cuidado desde siempre de las casas.

Los caraclates eran una especie de genio interior que acompañaba a cada quien desde su nacimiento hasta su muerte sin perderle de vista un sólo momento, velando sobre su conducta y conociendo sus pensamientos más secretos. Al morir, cada caraclate daba a Dios estrecha cuenta del comportamiento de su protegido para que fuera premiado, o castigado, según lo mereciera. Consagraban a estos duendes diferentes actividades; paseos forzosos, retiros espirituales, baños de rosas y horas de sueño —según el ánimo y gusto de cada quien. Los representaban con sencillos dibujos y cada persona guardaba uno en su cabecera.

En Los Valles surgen las profecías. Ahí se hicieron las primeras predicciones en virtud de un don sobrenatural inspirado por Dios que muchos aseguraron poseer, pero que pocos realmente tenían. Los ifhvotetos******, pero sobre todo los falsos ifhvotetos, vivían de engañar a la gente, por lo que aprendían a simular una devoción fanática por sus creencias, a actuar, a tocar instrumentos musicales, a cantar, a danzar, a hacer circo, maroma y teatro, a entrar en trance, y hasta a alcanzar el frenesí. Se hacían llamar “poseídos” o “iluminados”, y cuando estaban en estado de excitación extática, murmuraban puras incoherencias, pero, con tal convicción, que podían estafar a quien les oía. Llego a decirse que sus palabras eran mensajes divinos, verdades irrefutables.

Nada causaría desde entonces tanto atraso y tanta infelicidad como la fe en las creencias y en sus ministros. Y todo, por esa absurda necesidad humana de vivir permanentemente convencidos de algo, de cualquier cosa, de lo que sea. También la ignorancia fomentaría la superstición, la fe,******* las ideologías y hasta una que otra teoría científica. De la misma manera, el ridículo anhelo por abrigar esperanzas, el natural deseo de conocer y la obsesiva búsqueda de un mundo mejor, han sido tambien, de alguna forma, causa de tanto oscurantismo y de una enferma devoción por los charlatanes.

No todos los profetas de Panlocus fueron venerados de igual manera, tampoco dieron el mismo crédito a sus profecías, pero sin lugar a dudas los tres principales fueron: Doroteo de Pliona, Juan Ramón de Archundia y Cosme del Monte Adnutes.
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* Los no familiarizados con las prácticas religiosas en Panlocus, encontrarán complejas descripciones en Ienod, Life of a South Panlocus Country, New Tom Ed., vol. III, p.p. 209-458, y en Social Anthropology of Panlocus Towns, editado por F. Erban Chilligan, Rabadia 417 d.d.J., p.p. 57-82.

** Dice: humanos.; debería decir: inhumanos.

*** J.C. Möchì, Kompendium der Religiongeschichte, Ediciones Mochas, Ascondia 791 d.d.J., 16a. ed., p. 306.

**** Lin Do, [Potencia], Fuchi Press, Congoja 797 d.d.J., p. 24.

***** La ausencia de un solo habitante, era motivo suficiente para suspender la votación. A quien faltaba, se le imponían rigurosas torturas durante una semana seguida, y, transcurrido este tiempo, se volvía a convocar a elecciones. Mientras tanto, seguía en funciones el dios anterior.

****** Profetas. Ifhvoteto derivaría en pighroteta, y éste, en el vocablo profeta.


******* Dice: la fe,... Debería decir: la mala fe,...

LAS PROFECÍAS DE DOROTEO

Las profecías de Doroteo de Pliona están consideradas como las primeras en la historia y serían popularizadas en Tiegoria por una amiga muy íntima de Jenaro llamada Esperanza. Ésta, se aprovechó para sus predicciones de un lorito llamado Doroteo que había volado desde Mebengo hasta las Selvas del Sur.

Esperanza había nacido en Cian pero creció en las Selvas de Antépolis junto a un gran encino y cerca de un manantial del que abrevaba Doroteo. Desde el primer día que Esperanza escuchó al lorito quedó muy impresionada ya que nunca antes había conocido a un pájaro parlanchín. El asunto es que aquellas aguas poseían virtudes proféticas para quien las bebía. Y así nació el mito.

Para llevar adelante sus mercantiles planes, Esperanza edificó en el lugar un rústico pabellón que cubría al viejo encino y del que colgó de cabeza en una de sus ramas una grotesca efigie de metal con la imagen de Doroteo balanceándose a corta distancia del piso. Esperanza ocultó celosamente al perico en una jaula de oro pendiente de un balcón, hasta que el pajarillo un día se enamoró y tan pronto se vio libre, voló, voló y voló... Esperanza se dedicó entonces a divulgar por todas partes el rumor de que ella poseía el don de adivinar.

Miles de personas acudían a consultar el oráculo, celebrando un peculiar rito. En el piso —alrededor de la imagen de Doroteo colgando— disponían siete copas de bronce llenas con agua extraída del manantial y afinadas para dar las notas musicales. Los consultantes observaban embelesados como en su balanceo la estatua golpeaba las copas produciendo distintos sonidos. Durante el tiempo que esto duraba, Esperanza permanecía escondida detrás de unos matorrales hasta que empezaba a moverse con el sigilo de quien se sabe rodeado de cosas frágiles. Acudía a beber el agua depositada en las copas y, tras unos minutos, simulaba entrar en trance. Quien consultaba al oráculo se disponía entonces a escuchar los augurios que resultaban de la interpretación del tintineo de las copas. Dando repentinos saltos, gritando y haciendo uso de una profunda psicología, Esperanza empeza a hablar según el gusto e inclinaciones de quien le oía.

De las Profecías de Doroteo surgiría la fábula de los encinos de las Selvas del Sur, que atribuye a la madera de estos árboles propiedades mágicas. Por esta razón (aunque lo más probable es que haya sido por su dureza) es que la barcaza de los Navegantes del Océano que resistió la Gran Travesía, fue construida con maderas cortadas en esta selva, principalmente encinos viejos.

LAS PROFECÍAS DE JUAN RAMÓN

No se sabe porqué se dio el nombre de Juan Ramón a estas profecías, pero sí que deben su origen a un raro personaje de Tiegoria que, inspirado en el ejemplo de Esperanza, se trasladó a Archundia —donde nadie lo conocía— y se publicó inspirado por los dioses. Ahí, edificó un templo, en medio del Bosque de los Abetos Azafranados y dispuso en su interior una grotesca figura que sería idolatrada por los visitantes. Este fetiche tenía forma humana de la cintura para abajo y, de la cintura hacia arriba, de un pepino con hojas.

No es mucho lo que conocemos de este enigmático profeta, pero sorprende su clarividencia, como puede verse en las predicciones de este corto pero delirante poema:

Cuando Panlocus se pierda
será entre el lodo y la mierda,
quedará cubierto de agua
y después, de lava y fuego.
¡Salva, Dios mio, te ruego,
aunque sea una piragua!

Dolor, llantos y quejidos,
bestias y hombres confundidos,
Y entre trastes y tristezas,
troncos, manos, brazos, piernas;
caca, máquinas modernas,
ojos, dientes y cabezas.*
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* Este poema anónimo anticipa la destrucción de Panlocus. Tomado de Textos de Poetas y Premoniciones, Ediciones Rosdalcul, Zurcigalia 225 d.d.J., vol. XLV, p. 70.

LAS PROFECÍAS DE COSME

El profeta más célebre de la Antigüedad es Cosme del Monte Adnutes y su leyenda comienza de la siguiente manera:

En un lejano paraje tan seco y árido que hacía extrañar el color verde y todos sus matices, había una profunda grieta de donde emanaban unos gases muy venenosos. En cierta ocasión que Cosme pastoreaba su rebaño de cabras fue a perderse por ahí, exponiéndose a aquellos vapores. Los pobres animales empezaron a convulsionarse, y Cosme, a recitar una retahíla de disparates. Los que por ahí pasaban y le oyeron, no dudaron en creer que había sido inspirado por alguna divinidad. Cosme —que no era tonto— supo aprovechar el incidente y no dudó en invertir toda su fortuna para construir en el lugar un soberbio santuario que pronto empezó a ser muy visitado.

Al principio, profetizaban todos los que inhalaban los gases, pero Cosme, que poseía una gran imaginación y un lenguaje muy florido, logró capitalizar mejor que nadie de las cualidades proféticas que producían aquellos humos.

Después de que las exhalaciones ocasionaron graves daños a la salud de algunos hombres, las autoridades locales se vieron obligadas a reglamentar su uso y decidieron tapar el agujero con unas tablas, dejando libre para la salida de los gases un pequeño orificio que se mantenía cerrado con un tapón de corcho. Sólo se destapaba una vez al año, cuando subía al tablado un voluntario previamente elegido por votación popular. En ocasiones subían hasta dos, mientras un tercero, esperaba como suplente en previsión de cualquier contratiempo que surgiera, ya fuera enfermedad o muerte de los primeros. Se preparaba a los que habían de recibir las inspiraciones con ayuno de tres días y casi siempre se escogía a personas con graves conflictos emocionales. Si al estar sobre las tablas no mostraban bastante elocuencia en su discurso, les golpeaban con almohadones hasta dejarlos totalmente alterados, temblándoles el cuerpo, escupiendo espuma por la boca, pegando espantosos gritos y pronunciando unas mal articuladas palabras, que Cosme interpretaba ingeniosamente para los asistentes en un lenguaje regularmente ambiguo y oscuro. He aquí una muestra de estas profecías:

Limón agrio, cuerda floja,
mal paislate no te coja,
te retuerza y te machaque,
te pinche, te dé por culo
y cual patada de mulo
tu cáscara vuelva roja.

MAURICIO

Cuando Mauricio advirtió que los sentimientos al repetirse pierden fuerza en el espíritu, nunca más volvió a lo mismo. Le aburría la realidad y siempre intentó subvertirla. Fue un gran viajero.
Después de escribir Palabras*, enmudeció para siempre. He aquí el poema:

Olvida
las
palabras
escucha
el
lenguaje
infinito
de
la
vida
_____
* Por favor, no se diga nunca en voz alta.

VICENTA

Esta mujer —hija de Prócoro y de Matilde— fue respetada por antepolitanos y aramienses como la máxima autoridad agrícola de Panlocus. Le atribuyen la invención de nuevas y originales técnicas para la siembra y cosecha del trigo, grano que vino a sustituir a las bellotas de las que antes se alimentaban los hombres y que ya empezaban a escasear.*

Vicenta nació en la Isla de los Salchuchos, en medio de un bosque de robles y junto al Estero Renco, cerca de un bello lago —hoy seco— poblado por unos cisnes pintos de cuello muy corto.

Vicenta tuvo por hija a Martina, quien se enamoró perdidamente de Gregorio (su propio tío), cuando éste pasó una corta temporada en la isla trabajando en la construcción de unos diques. Gregorio —como todos sabemos— raptó a Martina. Severina, que presenció el robo, trató de evitarlo reprendiendo duramente a Gregorio, pero éste, ciego de pasión no estaba per orgues i le va fotre un carallot** precipitándola al río donde a punto estuvo de perecer. Gregorio huyó con Martina a caballo, la encerró a piedra y lodo en una choza abandonada y decidió no liberarla hasta que accediera a casarse con él. Vicenta buscó a su hija por todas partes, llorando durante días y noches enteros como una Magdalena, y fue hasta cuando Severina se recuperó del daño y le contó lo sucedido, que la pobre se enteró de todo.

Como Vicenta conocía la astucia de Gregorio para escabullirse de sus perseguidores, perdió todas las esperanzas de volver a ver a Martina y cayó en una profunda depresión que le hizo descuidar sus tareas agrícolas. Abandonó los trigales y las tierras quedaron estériles para siempre; murió el ganado y todo quedó desmedrado***. Araceli —su amiga del alma— hizo entender a Vicenta que la humanidad empezaba a padecer hambre a causa de su descuido y le dijo que en lugar de llorar tanto, lo que debería de hacer, era encontrar a Martina (que a esas alturas era ya muy feliz con Gregorio) y terminar con el sufrimiento. Con este sermón, Vicenta subió a su carro tirado por unos machos cabríos y se dirigió con su hermano Jenaro para que le ayudara a remediar sus males. Éste, inmediatamente, dio instrucciones para localizar a su sobrina y al poco tiempo la encontraron —precisamente un día en el que se había empachado por comer plátanos verdes—. Con el atracón le vinieron unos fuertísimos retortijones que hicieron imposible moverla y llevarla inmediatamente con su madre. Este contratiempo lo aprovechó Gregorio, que, sin vacilaciones, corrió a reunirse con Jenaro para convencerlo de la pureza de su amor. Jenaro entendió la situación y dispuso que Martina viviera seis meses del año con su marido y seis con su madre****. Pero de nada sirvió el arreglo pues Martina, ofendida por la componenda hecha sin consultarle, huyó a la isla donde vivían las Damas de la Vida Alegre y no volvió jamás a ver ni a su madre, ni a su marido.

Vicenta volvió a charlar con Araceli hasta que se desahogó y quedó con la conciencia tranquila, convencida de que había actuado correctamente. Vicenta agradeció a su amiga los consejos y entonces le preguntó porque vivía en aquel lugar. Araceli le contestó: “Yo vivía en la Didilápica, pero un día me hallaba fatigada de calor y quise refrescarme en las aguas del Río Nuevo. Mientras me bañaba, presentí la extraña presencia de Alfonso que me observaba desde la ribera. Salí del agua y corrí desnuda por el bosque. Aquel hombre me seguía a toda prisa. Me oculté detrás de unas ramas pero me descubrió. Logre escapar y durante horas huí sin saber a donde iba. Alfonso me pisaba los talones; padecí grandes trabajos y adversidades, hasta que al fin, llena de excitación, me dejé alcanzar, cediendo exhausta a su voluntad. Desde entonces vivimos juntos aquí, donde hemos sido muy felices”.

Acabada esta relación Vicenta partió a Ratar, una preciosa ciudad cerca de Sis guardada por fuertes murallas. Ahí, la recibió Abel con sinceras muestras de afecto. Este Abel era hijo de Sebastián, El Gobernante, y fue un personaje muy querido que supo inspirar en sus contemporáneos un gran respeto y admiración. En reconocimiento a la buena acogida que le hizo, Vicenta invitó subir en su carro a Abel para dar un paseo y, durante la ronda, le confió algunos secretos del arte de sembrar, así como las nuevas técnicas para el injerto de los frutales.

Por los grandes beneficios que Vicenta proporcionó mejorando e inventando métodos de cultivo, celebraban en su honor —sobre todo en la Isla de los Salchuchos y en Tropotopeya— animadas fiestas a las que asistían personas que venían hasta de Friaca. Para la ocasión, se comía todo tipo de frutas, se sacrificaban puercos y se adornaban las mesas con espigas de trigo y amapolas.
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* Sobre la Revolución Agrícola en Panlocus, consúltese a Pipo Steponi, Il miracolo economico della cebollina, Agroeditores Unidos, Percebes 501 d.d.J.

** No estaba para mamadas y le arreó un chingadazo.

*** Dice: desmedrado; Debería de decir: absolutamente desmadrado.

**** Cf. R. Rostov, Componendas familiares, concesiones y dependencia de los recién casados hacia sus pinches suegros, vol. II, p. 130, Editora Concordia, Monte Fiero 317 d.d.J.

GABRIEL

Bueno, de Gabriel mejor no hablemos.

PÁNFILO EL FANFARRÓN

Pánfilo fue un pastor y cazador que, endurecido por los trabajos del campo, se ejercitó en una vida muy laboriosa y supo disfrutar a plenitud todos los momentos que la vida campestre le ofreció. Nació en Tiegoria, pero los antepolitanos lo creyeron natural de Río Sensato, en Narabia, pues ahí vivió casi toda su vida. Pánfilo cazaba en el Monte de los Vergeles y en el Monte Movido. Mientras trabajaba, le divertía bromear y asustar a la gente. Hijo de Urbano y Guadalupe, le atribuyen la invención de la flauta pastoril con la siguiente leyenda:

Un día que Imelda —la hija de Macario— pasaba por la vereda real del Monte de los Vergeles, Pánfilo le va cucá l’ull* y empezó a seguirla con la clara intención de tsilichigarla.** Al darse cuenta, la muchacha se refugió en una cueva cerca del río. Pánfilo la perdió de vista y fue a dar a un pantano atiborrado de cañas de bambú. En su frustración, producía unos suspiros de desaliento tan profundos, que al penetrar el aire exhalado en el interior de las cañas, daba lugar a unos dulces sonidos, débiles y algo lastimosos. Encantado con aquel son, Pánfilo cortó unos pedazos de caña de longitud desigual y los unió entre sí para formar una flauta de siete canutos que recibiría desde entonces el nombre de zampoña o siringa.

En una ocasión nuestro personaje fue invitado por Pascasio —hombre sabio y famoso por su castidad— a realizar un largo viaje por Panlocus. Le gustó especialmente Aramia, donde asistió a una inolvidable fiesta de disfraces en el Monte Egregio. En aquella ocasión, Pánfilo se disfrazó de macho cabrío, con cuernos y pezuñas, empezando así su mala reputación.
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* Le guiñó el ojo.

** Tsilichigarla es una expresión difícil de traducir por las innumerables acepciones que tiene. Cleto decía que esta palabra tiene un triple significado. Creemos que aquí lo mejor, sería traducirla por: conocerla de cerca.


AURELIO

Aurelio... salió de Sibencia un día, camino de Isla de Pino y en el camino encontró un papel que así decía:

Salí de Sibencia un día,
camino de Isla de Pino
y en el camino encontré
un papel que así decía:

Salí de Sibencia un día,
camino de Isla de Pino
y en el camino encontré
un papel que así decía:

Salí de Sibencia...

ALICIA, ELVIRA Y YAZMIN

Alicia fue la más destacada florista de Panlocus. Con su marido, Silverio, trabajaron en el Invernadero Municipal cultivando con amor las más bellas flores y plantas ornamentales de la región.

Alicia desarrolló un nuevo tipo de arbusto muy apropiado para aislar el césped de los sembradíos de flores, que era un grave problema de la jardinería de la época.* Su fama llegó a Crotalia, convirtiéndose en la proveedora oficial de los Juegos Florales de Aramia, fiesta muy desprestigiada a la que no asistían señoras y señoritas decentes, y que se celebraba en honor a Florinda, una dulce mujer a la que le gustaba tanto cocinar, que se podría decir que tenía furor culinario. Esta mujer, amasó una gran fortuna por medios indecentes y a su muerte heredó todo a los pobres. Murió de cincuenta años, de un ataque al corazón. Tuvo doce hijos, todos naturales, y que se jactaban de serlo, así como de descender de una de las familias más desprestigiadas de Antépolis, donde el deshonor en exceso, era causa de orgullo.

Elvira, es otra florista destacada de Ascondia y célebre bailaora de rumba. Dicen que era una artista en el oficio de cuidar los árboles frutales y que muchos pretendieron casarse con ella. Sin embargo, entregó su corazón a Yazmín, que tras colosales esfuerzos obtuvo su amor. Recién se enamoraron, pusieron un tenderete en la plaza. Elvira vendía canastillos con fruta de la estación, y Yazmín, hierbas finas y especias decoradas con ramos de manzano, presentados en graciosas cornucopias de mimbre.
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* Alicia desarrolló también, entre otras, las siguientes variedades: Pacer vergundo, Hychange desculata, Cytisus plataniere y Madrolia despollata.

ANÍBAL

Aníbal siempre vivió con la sensación de tener una profunda incompatibilidad con el género humano. No toleraba a nadie, pero supo llevarse bien con los demás. No creía en Dios y se dedicó a contemplar la Naturaleza. Era pesimista, aunque le parecía incómoda esta actitud y despreciaba a los precipitados. Se entregó a la desolación y a vivir de sueños, resignado a la monotonía de la vida y sin preocuparse nunca por tener alguna idea clara.

MARÍA, BENJAMÍN Y LAS SEÑORITAS MACÍAS

María fue una mujer muy bella pero muy vanidosa. A todos los hombres impresionaba. Nació en Cián y se le atribuye el invento de los espejos. De niña la llamaban Pichita, pero nunca le gustó ese nombre, por lo que se hizo llamar Cristina, Martha, María Dolores y Mariloli. Se crió en la costa, cerca del Monte del Hábil, en donde se encargaron de su educación —como de la de Juana— las Hermanitas Orantes que la introdujeron en la alta sociedad. Cientos de veces la pidieron en matrimonio pero acabó casándose con Eulogio, de quien se enamoró por su pronunciada cojera y por este poemita que un día le dedicó.

Llevo dentro dos heridas:
tu gracia y la poca mía.

Habiendo tantas mujeres
y te fui a escoger a ti.
¡Pero carajo, te quiero!
vaya que sí...

María le fue infiel a Eulogio con Marciano y Urbano, pero sobre todo con Daniel. Su flor predilecta era la rosa roja, —preferencia que le vino cuando Daniel le regaló una de color blanco, pero teñida con su propia sangre después de herirse con una espina. También le gustaban los mirtos, éstos por crecer junto al mar, como ella.

María destrozó miles y miles de corazones en la Isla del Prelado, en la Isla de Tierra, en la Isla del Padrastro y en la Ciudad de Nuribia, donde acudía frecuentemente para dar de comer a las palomas,* y no precisamente mensajeras. Amó a los animales. En el jardín de su casa tenía un estanque de agua cristalina con la más variada colección de peces de ornato.**

Siempre vivió rodeada de gente amorosa, dulce y alegre que gustaba de jugar a las escondidillas en el bosque y de pelotear con grandes globos de colores sobre las olas del mar. Casi siempre se la veía acompañada por Benjamín, un inquieto joven, pícaro y sin respeto al horario ni a las costumbres, al que llamaron “buscabullas” que se divertía organizando enredos amorosos.

Las señoritas Macías eran tres bondadosas señoras muy generosas, gorditas y muy amables que daban alegría y paz a la vida de María. Eran hijas de Cruz y se llamaron Catalina, Amalia y Alfonsina. Parecían un poco ásperas al principio pero —entrando en confianza— prodigaban generosamente sus virtudes a quienes las trataban. Vestían con delicadas gasas y se exhibían desnudas sin ningún pudor. Les gustaba bailar en círculo y cogidas de la mano un singular, suave y cadencioso ritmo llamado pasochiz, animando con sus sensuales movimientos a quien las miraba. Esta danza se practicaba en las calles de Beloquia, que eran adornadas con soberbias alfombras de flores y aserrín pintado durante las memorables fiestas ordenadas por Conrado III, apodado el cashondo. La fama de las señoritas Macías no sólo se debió a su simpatía y a su manera graciosa de irradiar alegría, sino también a su interés por cultivar la elocuencia, la generosidad y otras excelentes cualidades un poco más íntimas.
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* Rigoberto Cats, Amor y odio hacia..., op. cit., p. 36.

** Blau y Groc, Els jardís y castells de Panlocus, p.p. 221-240, 315-316, Bufa la Gamba Editors. Cornerolia 613 d.d.J.


NIEVES Y MELITÓN

Melitón y Nieves se enamoraron tan sólo se vieron. Al poco tiempo de casarse se separaron porque hacían el amor como quien toma un remedio de sabor amargo y desagradable pero convencidos de que después se sentirán mejor. Al principio eran muy felices, pero las cosas cambiaron, y entonces él, se dedicó a escribir diez mil veces al día la siguiente frase: como pudo tu amor volverme triste... y ella, cinco mil la siguiente: cuan falso fue tu amor, me has engañado. El sentimiento aquél era fingido...

ME HICISTE COMO QUISISTE

[Poema de Melitón dedicado a Nieves]

Me hiciste como quisiste
como a tus patas
como a tus chanclas
me hiciste pomada
trizas
cagada
Tuve que pasar aceite
tragar camote
aguantar vara
Anduve como calzón de puta,
(de arriba para abajo)
cacheteando el pavimento
por la calle de la amargura
de bajada
arrastrando la cobija
de capa caída
Me traías de nalgas
de encargo
de tu pendejo
me llovió en mi milpita
me fue como en feria
me moliste a palos
troné como ejote
me diste hasta por debajo de la lengua
me partiste la madre
me llevó el tren
pifas
la tía de las muchachas
chupé faros
valí madres
me cargó la chingada

URBANO

Ell apanye les caíres,
ell fa gabies pa’ls pardals.
Els pardals se li fugient
i en les caires te caus*

Hijo de Macrina y de padre desconocido, ningún hombre en el mundo ha tenido tantos empleos como Urbano. Fue intérprete, mensajero, hombre de confianza de Jenaro —éste no hacía nada sin la intervención de él—, conductor de carrozas fúnebres, enterrador, orador, comerciante, promotor de agencias de viajes, estafador y tahúr. Extraordinario músico, buen guitarrista, regular escritor, mal locutor, conocedor de lucha libre, magia y muchas otras ciencias y artes. Destacó muy pronto como un hábil ladrón; siendo aún niño, hurtó el juego de cubiertos de Rutilo, los instrumentos musicales de los Rítmicos y el jubón de María. Por lo que fue expulsado de la Región de las Montañas y se le obligó a cuidar ganado en las tierras de Paulo, al que un día —de paso cañazo— le robó sus bueyes. Este delito fue descubierto por el pastor Tomás quien en un principio prometió guardar el secreto, pero después faltó a su promesa. Urbano jamás le perdonó su indiscreción y un día que amaneció de malas lo ejecutó de un tiro en la frente como quien ejecuta un tiro de esquina.

A Urbano le gustaba comer bien. Le encantaba la lengua de res, la miel, la leche, el carnero, la tortuga, los huevos rancheros y el pollo preparado de cualquier forma. Tenía la manía de disfrazarse y siempre estaba dispuesto a cambiar de actividad. También perfeccionó el arte de domesticar serpientes para que sirvieran de tendedero. Cuentan que en una ocasión, viendo reñir a dos víboras, les hizo hacer las paces después de separarlas con una vara cortita.

Urbano montaba unas espectaculares ferias ambulantes que le redituaban jugosas ganancias. Durante los traslados en estas giras tocaba la flauta dulce, llegando a convertirse en un auténtico virtuoso de su ejecución. Tocaba tan dulcemente, que podía arrullar a quien le oyese. Así, hizo dormir a Arturo, el afamado detective de quien ya hemos hablado.

Como comerciante y ladrón logró hincharse de ganar dinero. Como intérprete, trabajaba en casi todos los congresos que se celebraban por entonces, y, como mensajero, no hubo otro que ejecutara con más presteza las órdenes que le daban, aunque las cumpliera a pie, pues era —como todo mundo sabe— un magnífico corredor de fondo. Su única debilidad fue la de entregarse al culto perverso del trabajo, quiero decir aquí, al terco afán de adquirir dinero para comprar placeres y satisfacciones materiales a cambio de la fatiga mental y muscular.

De joven fue hermoso. De viejo, no tanto. Pero siempre conservó una actitud de desenfado. Su trato era ligero y vestía muy sencillamente, casi siempre con un ligero manto blanco prendido de las espaldas.
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* El compone las sillas, / hace jaulas para los gorriones. / Los gorriones se le escapan / y de las sillas te caes.

AURORA

Aurora es una de las más grises personalidades de Panlocus. Habitó cerca de la cima de un volcán muy alto que arrojaba fuego y piedras a cada rato y que estaba habitado por leones albinos, cabras salvajes y serpientes venenosas, lo que lo hacía un lugar muy peligroso. Aurora era conocida de vista de Paulo y de Arcadia. Primero, fue mujer de Acacio —con quien tuvo por hijos a dos famosos trompetistas— y, después , de Augusto —hijo de Mauro—, con quien procreó a Guillermo, que fue asesinado a pedradas por Alejo en la guerra de Roña.

Aurora llegó a vieja, pero cada vez se volvió más amargada. Sólo le consolaba mirar y manosear las lujosas joyas que atesoró durante su vida. Un día murió, más o menos como cualquiera, y la enterraron con todo y su riqueza; zafiros, brillantes, monedas de oro, de plata y otras cositas.

ARMANDO

Siendo Armando todavía un niño se jubiló de vivir. Suspendió en su carácter la voluntad, alejó del espíritu las emociones, de la mente el pensamiento, y optó por llevar una vida vegetativa. Se sumió en las sombras y pasó de todo.

CAROLINA

Carolina era hija del Negro Du. Fue extremadamente perezosa y no tenía ninguna gracia. Sólo dormía y vagaba por los pasillos de su casa que estaba construída con tres pequeñas habitaciones sin ventanas. Asomarse a la puerta o ver la calle le parecía fastidioso. Era el prototipo del zoon güevón*. Anduvo siempre desaliñada dejando arrastrar feamente un sucio vestido que la cubría, generalmente de color negro y hecho de un velo amplio y vaporoso. Deambulaba de habitación en habitación alumbrada por una vela que a veces apagaba por molestarle mucho la luz, y así, seguía sus paseos en una total oscuridad. Tuvo la oportunidades de vivir llena de amor y alegría, pero se hundió en sí misma, llenándose de dolor, miedo y envidia. Vieja y atormentada por los remordimientos de su conciencia, cayó en una profunda melancolía no hallando mejor consuelo que contraer matrimonio con Cenobio, otro oscuro personaje de Panlocus.
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* Animal o ser holgazán.

GREGORIO, FELIPE Y LOS RÍSPUTOS

LOS SUPLICIOS DE ALGUNOS FAMOSOS DELINCUENTES

A Gregorio —que era hijo de Matilde y de Paciano—, después de distinguirse como el más despiadado policía de la época, Jenaro le nombró director de la Procuraduría de la Represión. Desde el inicio de su gestión destacó por su crueldad, y al frente de un temido comando del H. Cuerpo de Garroteros, fue el más sanguinario de los represores que participaron en la masacre que ordenó Jenaro para romper la huelga de los mineros de Real del Pino.*Desde entonces, los ascondinos le llamarían “El Gran Rísputo”.**

Aunque algunos historiadores confunden a Gregorio con Felipe, los mejores autores los distinguen claramente, haciendo de éste último un bandido de carácter colérico e impetuoso al que apodaban “El Grueso”. Además, Felipe —a diferencia de Gregorio— era cojo, tuerto y sin juicio, pues le robaba a los pobres para darle a los ricos y repartía la riqueza entre los más indignos, dejando a la gente buena en la mendicidad. Un día fue apresado y sentenciado a muerte, pero logró escapar sobornando a los custodios del Centro de Rehabilitación. Sin embargo tuvo tan mala suerte que, cuando huía, pereció atropellado por una pesada carreta que transportaba aves de corral.***

Gregorio se volvió cada día más racista y más misógino, siendo muchas las víctimas que cobró por estos motivos. Pocos como él causarían tantas lágrimas, tantos lamentos y tanto dolor a los habitantes de la región. Con la edad, también se le agudizó la misantropía y anduvo errante hasta su muerte deambulando por los desiertos de Friaca, huyendo de todo contacto con los hombres.

Cuando Gregorio era Procurador de la Represión, los rísputos fueron su brazo derecho, siendo los tres más conocidos, Damián, Leobardo y Bernardino. La especialidad de los rísputos era atormentar a los presos. Pero no sólo trabajaban en las cárceles. Muchas veces se les asignaban misiónes especiales, como por ejemplo, darle una golpiza a alguien, extorsionar transeúntes, una que otra detención, o simplemente de guardaespaldas de algún político farolero. Sus abusos e impunidad provocaron indignación entre sus contemporáneos, que buscaron por todos los medios la manera de castigarlos como se merecían, pero resultó inútil ya que la sociedad panlocuense —incapaz de encontrar soluciones a sus problemas— se resignó a soportarlos pasivamente, procurando suavizarlos y tenerlos favorables por medio de súplicas, adulaciones y regalitos. Los rísputos aceptaban todo tipo de sobornos sin la menor vergüenza. Para no irritarles con el nombre de rísputo, los panlocuenses se dirigían a ellos directamente con el respetuoso título de oficial.

Los rísputos tuvieron varios cuarteles en Antépolis, siendo el más célebre el que edificó Alejandro en Tropotopeya, junto al Parque de los Ciruelos. Ahí, se martirizaba a los presos políticos. Era un edificio construido de tal modo que sus innumerables habitaciones formaban un intrincado laberinto del que nunca se podía salir.

En el Gran Desfile Anual los rísputos siempre marchaban con actitud airada y prepotente. Vestían uniforme negro. Con la diestra ceñían una antorcha encendida y con la izquierda un azote de tiras entrelazadas de cuero.

Como los rísputos creían en la capacidad correc-tiva y ejemplar de los castigos rigurosos, hicieron padecer a algunos malhechores muy severos suplicios. Como el que sufrió Casimiro, Don Casimiro como se hacía llamar. Este bandido, hijo de José, fue un personaje de ciega ignorancia y gran debilidad de razón, lo que lo hacía errar casi siempre. Tenía por bienes a los males y por males a los verdaderos bienes. Sin embargo llegó a gobernar Provincia, haciéndose tristemente célebre por sus latrocinios. Un día, se atrevió a secuestrar al propio Gregorio, manteniéndolo varias semanas oculto y en ayunas, hasta que Marciano lo liberó en un espectacular operativo. Aunque Don Casimiro huyó, al poco tiempo fue capturado por Toribio, condenándosele a efectuar el pesado trabajo de subir a la cima de un encumbrado monte una pesada roca. Al punto que llegaba a la parte más alta, debía empujarla para que cayera, y así volver a iniciar su trabajo perpetuamente.

Al hijo de Rosenda y Trinidad, Jesús (quien fue un tirano de La Bórcida de aspecto repulsivo y que se hizo odiar entre sus contemporáneos por su mal carácter), por intentar violar a Leticia —madre de Paulo y amante de Jenaro— fue castigado a permanecer tendido sobre sus espaldas en el suelo lodoso de una oscura celda durante quinientos días, sufriendo, además, el cruel tormento de ser picoteado por un guajolote hambriento que comía granos de maíz puestos sobre su vientre.**** El suplicio no cesaba ni de día ni de noche y Jesús murió trágicamente después de soportar con estoicismo su castigo durante cuatrocientos noventa y nueve días. Un ligero temblor de tierra derribó el techo de su celda y quedó sepultado irremediablemente, justamente doce horas antes de quedar en libertad.

Noé fue uno de los más temidos bandidos de la tribu bárbara de los pílotas.***** Por prender fuego al Templo de Mariona fue castigado a permanecer encerrado para siempre en un cuarto pequeño y oscuro. Se le obligó también a escribir tres millones de veces y con buena letra a la luz de una vela, la siguiente sentencia: Aprended cabrones por mi ejemplo a no cometer pendejadas y a no menospreciar a la autoridad. Rúbrica. Cuando Noé murió, repartieron por todo Panlocus los miles de papeles que éste alcanzó a escribir, como ejemplo atemorizante de la severidad de los castigos que imponían los rísputos.

Anselmo, el padre de Nora, también fue castigado con un suplicio singular por su exagerada avaricia y gula. Lo metieron en un barril con vino hasta el cuello, y sobre su cabeza colgaron jamones y embutidos de excelente aspecto y sabor. Padecía un hambre y una sed intolerables y cuando intentaba tomar las carnes para saciar el hambre, o beber del vino para apagar su sed, recibía un fuerte garrotazo en la nuca. Así, sufrió la mayor necesidad en medio de la misma abundancia.

***

Serapio —otro conocido pílota que siempre fue muy severo para juzgar a los demás y bastante indulgente para opinar de sí mismo— cometió una temeridad irreverente contra Juana y fue atado a una rueda que daba vueltas continuamente sin dejarle un sólo momento de reposo.

A Lucrecia, Lidia, Francisca, Leonarda y Berta, que vivían hablando mal de la gente, desenterrando a los muertos y enterrando a los vivos, las condenaron para siempre a estar llenando de agua una tinaja llena de agujeros.
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* Flavio del Mazo, Luchas obreras terminadas como el Rosario de la Aurora, p.p. 64-81, Ediciones Fe en el Futuro, Sorgonia 770 d.d.J.

** Rísputo, en panlocuense vulgar, significa mala persona. Este apelativo probablemente surgió durante la primera expedición que los perpigianeses hicieron a Crotalia, y desde entonces, el nombre de rísputo va siempre asociado a los sentimientos de rabia y terror.

*** Gallinas, seguramente.

**** Artemio Legrand, Usos y abusos del maíz, p. 38, Ediciones Agrias, Cobija 920 d.d.J.

***** Hombres de figura y costumbres sucias y abominables. Eran una colla d’arreplegats (bola de arrimados) muy rencorosos que sólo perdonaban las travesuras de los pequeños a condición de cortarles un dedo de la mano.


LAS COSTURERAS

Fueron conocidas como las costureras tres sensatas mujeres, hijas de la misma madre pero de distinto padre, cuyo único propósito era ser felices —cosa ya muy difícil desde aquel tiempo. Se llamaron Hortensia, Mónica y Luz, y tuvieron por empleo la confección de elegantes prendas de vestir, aunque su verdadera especialidad era remendar los corazones dañados.

Hortensia, que era la más joven, se hacía cargo de hilar y de tejer, artes en los que se perfeccionó tanto, que mereció una honrosa memoria. Mónica cosía con maestría y estaba al tanto de todo. Y, Luz, que era la mayor, disfrutaba del silencio mientras cortaba telas con unas tijeras de oro. Llegaron a vivir muchos años y siempre se les vió bien vestidas, generalmente con prendas de lana color blanco o crudo, con aplicaciones de los mismos colores, pues les desagradaban mucho los contrastes. Hacían su trabajo con esmero y siempre defendieron el principio de a la taule i al llit al primer crit.*
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* A la mesa y a la cama a la primera llamada.

DON LUZ

Don Luz fue un hombre sabio. Afirmaba que todo tiene su arte, hasta las cosas más pequeñas. Era ciego, pero acostumbraba a despedirse diciendo nos vemos. Tuvo más de treinta mujeres y muchos hijos. No tenía inhibiciones y siempre se metía a la cama con los zapatos puestos, susurrando algo más o menos así:


Quien te vio anclado bajel,
veleta de mar, papel,
cuna añeja y amarilla,
soleta, luna, bombilla,
subir como nubecita,
bajar hecha una morcilla.

Cometa rabón de caña
que con su volar engaña,
que arrulla como buen grillo.
Monte Adnutes, monte paja;
cordel viejo, pan de caja,
tú, escarabajo tordillo.

MATEO PITTORE

Mateo Pittore fue un pintor aramiense autodidacta de visión espontánea e imaginación compleja que suscitó escandalosos juicios reprobatorios de la crítica que nunca lo comprendió.

La afición que desde niño manifestó por las texturas pastosas y naturales (materia orgánica, muros viejos, chatarra, desechos diversos) le hicieron crear una obra paradójica de dificil comprensión por sus matices más bien brutales.

Su desconcertante y contagiosa fecundidad propició un renovamiento técnico del oficio por su extensa utilización de materiales insólitos, hasta entonces despreciados.

La obra artística de Pittore sorprende tanto como su inspiración poética y conceptual, ya que este involuntario artista logró, en medio de una grotesca turbulencia de espíritu, teorizar sobre el tema de la pintura a través de miles de iluminados aforismos como los siguientes:

1 Un pintor es un rebelde. Pinta porque lo que le rodea no le gusta y quiere cambiarlo. Tiene que ser rebelde, y si no mejor no pinta. Pintar es un acto de rebeldía.

2 Se pinta para ser visto.

3 Lo que se pinta solo le pertenece a su autor. Sólo a él le honra y le perturba.

4 Hay que pintar por la alegría de pintar.

5 Pintar es ser testigo de la vida; es pensar a través de la pintura.

6 La pintura vive momentos de confusión en los que el éxito de ventas se identifica con la calidad.

7 Todo en el mundo es una apuesta a todo o nada. La pintura misma es una apuesta.

8 La única manera de pintar es cuestionando lo hecho, pintando lo que no se ha pintado antes.

9 La fama puede ser un inconveniente. No es posible pintar tan expuesto al público.

10 Las únicas obras que perduran son aquellas que conmueven.

11 La verdadera fuerza de un pintor resulta, en gran medida, de su instinto imaginativo. Cuando se apuesta por la imaginación las cosas salen bien.

12 La voluntad es la primera señal del talento artístico. La magia, la segunda.

13 Pintar demasiado hacen los amores.

14 No pinto para explicar. Pinto para entender.

15 Prefiero pintar que hablar de pintura.

16 La mayoría de las cosas en pintura suceden en la penumbra, entre lo claro y lo oscuro.

17 A pintar solo se aprende pintando, y veces ni así.


TERCERA PARTE

Otros Relatos, Apuntes Varios
y Versos Encontrados de
la Historia Poética y Fabulosa de Panlocus


EL VERANEO CLÁSICO Y LAS REUNIONES NOCTURNAS

Cuentan los Textos Antiguos que en tiempos de calor —julio y agosto—, las leyes de la Región de las Costas imponían el descanso obligatorio, siendo severamente castigado quien no respetara esta disposición. Durante el verano, algunos acostumbraban reunirse en las cercanías de los ríos o en las cimas más elevadas y a organizar concursos de oratoria. Otros, preferían badár* por los parques y refrescarse en los estanques hechos para este fin por el emprendedor gobierno de Manuel Hilario.

Los más ricos por lo general iban al mar, donde todo estaba diseñado para disfrutar a lo grande. Ahí, tomaban baños de sol y comían como sochantres.

Los panlocuenses atribuían a las actividades veraniegas la virtud de inspirar un gran entusiasmo que perduraba por el resto del año. Durante las calurosas noches —como era difícil dormir— los vacacionistas intercambiaban regalos entre sí, y con ese pretexto, organizaban unas animadas fiestas en las que se ofrecía una amarga bebida efervescente que incitaba la líbido. Los adolescentes practicaban las conocidas sensevergoñadas,** vivo ejemplo de la temeridad con que los jóvenes de todos los tiempos se han expuesto sin reflexión alguna al peligro. La gente mayor se reunía para murmurar de las acciones del prójimo y disfrutaba fense carantoñas,*** del sueño en grupo, de la pereza, o del retozo. Disponían suculentos banquetes y mientras comían comunicaban abiertamente sus más íntimos pensamientos. Para estas ocasiones los hombres se vestían unas vistosas t-shirts que llevaban dibujado en el pecho una ventana abierta por la que podía verse un henchido corazón. De esta manera se simbolizaba la sinceridad que privaba en aquellas comilonas. Las confesiones hechas ahí eran conservadas como los más inviolables secretos.****
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* Tontear.

** Sinvergüenzadas.

*** Cachondeando.

**** Juan Cotilla, “Los secretos más divulgados”, revista Intimidando, núm. 32725, 8a. época, p. 204, Charandalia 613 d.d.J.


CORTANDO

(Canción que se cantaba en verano a las niñas bonitas)*

Cortando limones
recordé tus ojos

Cortando duraznos
recordé tus manos

cortando cortando
te recuerdo tanto
que cortando vivo

COR / TAN / DO
COR / TAN / DO
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* Aquí sólo mostramos algunos versos, pero que sirven de ejemplo de la estructura de la canción.

EL GALLO FORNINO, “ELGRAN KIKIRIKI”

Hay gallos que cantan un día
y son buenos.
Hay otros que cantan un año
y son mejores.
Hay los que cantan muchos años
y son muy buenos.
Pero hay los que cantan toda la vida:
ésos son los imprescindibles.
B.B.

Fortino tenía un gallo muy valiente y agresivo que guardaba con gran celo la entrada de su casa. Sólo se le podía acercar su amo(r) y cuando algún extraño intentaba pasar, “El Gran Kikiriki” se lanzaba furioso contra él, hiriénndolo a picotazos y espolonazos. Ésta es la primer ave-guardián que se conoce y de aquí surge la costumbre que tuvieron los tiegorianos de adiestrar pájaros para pelear o cuidar sus hogares.

De noche el gallo era insufrible pues no paraba de cantar y los vecinos no podían dormir, mucho menos concentrarse en sus pensamientos. Varios —si hubieran podido— lo habrían estrangulado. Pero no lo hicieron, tal vez por no estar seguros de que sin existir aquel animal, lograrían organizar sus ideas.

EL MINISTERIO DE TÉRMINOS

(La creación de los deslindes)

Luego de que la avaricia se introdujo entre los hombres y éstos conocieron lo tuyo y lo mío, se hizo necesario que cada quien señalase los límites de su propiedad, distinguiéndola de las del vecino, ya sea poniendo árboles, piedras o cualquier otra cosa que señalara claramente su extensión. Surgió entonces un nuevo concepto: el de frontera.*

El primer hombre en demarcar sus dominios en el mundo fue Manuel Hilario, en Aramia, quien cercó su feudo con una imponente barda de piedra, pero —por falta de costumbre— olvidó dejar alguna parte abierta que sirviera de puerta para entrar o salir.
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* Cf. Frod Fraenius, Kulturgeschichte Panlocus, p. 189, Fritz Ed., Las Trivialias 772 d.d.J.

LOS PASTORES, LOS GUARDIANES
Y OTROS TRABAJADORES BUCÓLICOS

Los de Panlocus fueron los mejores del mundo. Eran maestros en realizar las tareas propias del campo, actividades que, aunque sencillas y sensibles, al mismo tiempo son duras y fatigantes. Se reunían cada año —el tercer domingo de mayo— para discutir como mejorar, conservar y aumentar los ganados, librarlos de los lobos, de las enfermedades y sobre todo, de la garrapata, plaga que alcanzó proporciones alarmantes en la región. Mientras dialogaban y se ponían de acuerdo, comían y bebían, compartiendo leche, queso, vino, cocido madrileño y tortas de mijo. A estas reuniones anuales les llamaron propastos.

Los pastores tenían un dicho: “tzun grego, grapo tolo”, que significa “buen ganado, feliz tiempo”. Purificaban al ganado con baños quincenales de humo de azufre, friegas de aceite de olivo y aspersiones con infusiones de laurel, pino, azafrán y romero. Los pastores se encargaban también del cultivo del trigo, de los sembradíos de amapola, de vigilar el apareamiento adecuado de los bueyes con las vacas, de los caballos con las yeguas, de los cabrones con las cabras y de las abejos con las abejas, pero sobre todo, del suyo propio.

Los pastores de Aramia inventaron un singular juego que consistía en recorrer en el menor tiempo posible una vereda llena de obstáculos —casi siempre antorchas encendidas— colocados a corta distancia uno del otro. Debían saltarse estos estorbos sin tocarlos siquiera, con gran elasticidad y ligereza, pero sobre todo con mucha gracia, ya que según un estricto sistema de puntuación era lo que más importaba al calificar.

Otros trabajadores rurales eran los guardianes, cuyo cargo era hereditario y asignado a perpetuidad, no pudiendo jamás ser destituidos por peor que se desempeñaran (como los notarios).

LOS JUECES FUNERARIOS

Cuando alguien moría, los tiegorianos acostum-braban consultar un Juez Funerario para dilucidar si el difunto merecía o no digna sepultura. Cada vez que alguien moría, estos jueces acompañaban a los familiares y amigos íntimos del finado a un lugar más allá del Lago Estorial, cerca de Astimalia, donde sentados alrededor de un ahuehuete y formando un círculo, cada quien —por turno— acusaba, o defendía al muerto. De probarse que había mal vivido, el juez condenaba al difunto a ser privado del sepulcro y el cuerpo era abandonado al insaciable apetito de las hienas y aves de rapiña. Pero, si se comprobaba su decencia, le declaraban digno de todos los honores y le hacían grandes elogios públicos, después de los cuales, podía iniciarse el luto y celebrar la ceremonia acostumbrada rogando a Dios que recibiese el alma del finado en el Reino de los Bienaventurados.

A semejanza de los tiegorianos, los antepolitanos establecieron un tribunal similar, pero éste funcionaba con el veredicto de tres jueces que debían deliberar antes de decidir. Los primeros jueces de Antépolis fueron: Benigno, Jorge y Flavio, los que recibieron tan alta distinción por ser hombres sabios y justos (por ejemplo Flavio, tenía la gran virtud de saber cambiar de costumbres en el momento en que las que lo determinaban empezaban a molestarle).

Benigno se distinguió por reprender la injusticia, la estupidez y todo lo que por estas causas suele originarse. Castigó en singulares juicios a ambiciosos, avarientos, ingratos, perjuros, rapaces, adúlteros, adulado-res, necios bebedores, glotones, fingidores, impertinentes, antipáticos, truhanes, perezosos, presumidos e hijos de puta, entre otros. La dulzura que mostró en todas sus acciones le hicieron muy querido, y al morir le hicieron grandes honores, distinguiéndolo con la publicación de sus poemas, que en honor a la verdad, son malísimos. También le editaron todas las leyes y decretos que concibió. Estos, alcanzaron la extraordinaria suma de trescientosnoventaicuatromilochocientoscicuentaisiete, totalmente terminados y —aproximadamente— tres veces más en proyecto. Todos, escritos en versos endecasílabos.

Jorge fue otro gran juez. Era simpático, robusto y muy moreno; sus ojos eran grandes y despiertos, llenos de malicia benévola, o bondad maliciosa, reflejo de un carácter indescriptible. Su claridad intelectual ayudó a enmendar los sucios hábitos de su tiempo. Aplicaba las leyes con diligencia e influyó notablemente en las costumbres de las Islas del Archipiélago, de Implicia y del Auria Menor, lugares en los que los pueblos adoptaron voluntariamente y sin protestar sus ideas, buscando salir de su cultura primitiva. De Jorge es la famosa frase: “la ley es la ley, de la misma manera que tal cosa es tal cosa. Así, sin más explicaciones”.

Flavio fue un juez con auténtica vocación que desde muy pequeño se distinguió por su equidad y prudencia. Así, todos los que le conocieron empezaron a tomarle desde niño por árbitro de sus diferencias.

Una vez Fernando, en nombre de los tropotopeyanos pidió a Flavio el socorro que éste estaba obligado a dar por un tratado cuya observancia era cosa sagrada. El juez, acudió a Tropotopeya y advirtió que en el lugar faltaban muchas personas que había conocido. Preguntó la causa de su ausencia y le explicaron que habían sido devastados por una terrible peste en la que perecieron casi todos sus habitantes. Los desconsolados sobrevivientes, solicitaron a Flavio que les ayudara a investigar el origen de la epidemia, para así combatirla y librarse de la extrema ruina que los amenazaba. El juez, no tardó en descubrir que la plaga provenía de un viejo árbol de bellotas traído de la Selva Mariano y sembrado por un turista. Alrededor de él revoloteaban una gran cantidad de bichitos de color rojo encendido que trasmitían el germen de la peste. El árbol fue quemado y como por arte de magia la plaga desapareció, volviendo a restablecerse la salud y la felicidad en aquel lugar ya casi desierto*. De ahí proviene la conocida máxima: un turista sano es peor que un paisano enfermo.
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* Honorato S. Kluger sostiene que existe una estrecha relación entre la afluencia turística y las pestes: “...aunque apenas se ha iniciado el estudio de este fenómeno, sabemos que desde hace muchos años ha habido frecuentes y terribles epidemias que diezman a la población, generalmente acompañadas de una notable concurrencia turística” (Honorato S. Kluger et al., Problemas de Salud en Panlocus, p. 17, Editores Xenofóbicos, Isla de las Salamandras 901 d.d.J. La demostración de esta tésis es mucho más clara si se comparan las estadísticas de las diez grandes pestes que asolaron la región con los reportes de visitantes extranjeros. Salta a la vista que ambos fenómenos están estrechamente asociados. “Las pestes, el hambre, el mal humor, el mal olor, la mala leche y la mala pata, así como algunas enfermedades venéreas y la pérdida de identidad no se presentan solas, junto a ellas siempre hace su aparición el turista”, ibid., p. 65.

EL CULTO A LA MUERTE

En Panlocus la muerte era motivo de innumerables ritos y ceremonias muy especiales, legándonos un acerbo acervo musical derivado de los cantos lúgubres que se entonaban en los funerales.*

Alrededor de los cementerios de Panlocus se vendía hasta lo inimaginable; féretros de originales diseños, tierras de colores y aromáticas, coronas de flores —naturales y de papel—, criptas labradas, incienso, velas y cirios esculpidos con la figura del difunto, ofrendas de comida artificial, máscaras para simular tristeza, gotas para los ojos, banderas de piratas, playeras y estandartes, gafas oscuras, rosarios de huesito de ciruela, violines desafinados, matracas con sonidos estertóreos, pañuelos desechables, pastillas antidepre-sivas, café negro, velos bordados... y una interminable lista de cosas por el estilo. Existían además, un sinnú-ro de especialistas en diversas labores relacionadas con el culto de la muerte. Éste es el primer lugar en el mundo donde aparecen las plañideras, que tenían por ocupación la de rondar los sepulcros llorando y provocando entre los vivos el dolor por los muertos. Había también embalsamadores tan adiestrados en la preservación de los cuerpos, que hacían con su trabajo que no pudiera notarse la diferencia entre vivos y muertos. Existían otros especialistas; oradores que hablaban sobre el difunto, cargadores de fantasía, grabadores de inscripciones sepulcrales, conductores de carroza, por supuesto, enterradores en todas las variantes, chalanes de tumba, doblacampanas, consoladores, damas o caballeros de compañía, etcétera, etcétera.** Pero de entre todos, los más populares eran los veladores de almas, que como su nombre lo indica, se ocupaban de cuidar las sombras de los fallecidos por encargo directo de los deudos y tenían una apariencia tan desgraciada que los llegaron a confundir con las mismas ánimas de los muertos.

En medio de las tinieblas de la ignorancia los panlocuenses siempre creyeron en la inmortalidad, convencidos de que dentro de cada cual reside algo distinto al cuerpo y que es la parte más noble del mismo, libre de corrupción, trascendente a la muerte y superior absolutamente a las cuestiones terrenales. Este algo es el alma, la otredad de cada uno, parte que existe —pensaban— separada del cuerpo donde sólo está encerrada por algún tiempo como en una oscura prisión y que en el momento de la muerte no hace más que quedar en libertad y mudarse de habitación, sin dejar nunca de existir. Luigi Pelmazzo suponía que el paraje a donde iban a parar todas las almas era el Ofíaco.*** Creían los panlocuenses que este lugar estaba en el centro de la Tierra y su entrada la imaginaban, unos en Crotalia junto a la Ciudad de Sibencia, y otros, en Antépolis al norte del Promontorio de Terrario, lugar donde feya un fret que pelaba.**** Unos y otros, fundamentaban su punto de vista en que cerca de estos parajes había unas profundas cavernas cuyo fondo se ignoraba, no dudando que condujesen al mismísimo centro del planeta. La más amplia descripción del Ofíaco puede verse en el decimosexto libro de La Partida, de Jaime.
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* Cf. Manuel Azoto, Muerto es quien no respira (Historia de Pascual, que después de muerto, un cirio al rabo), Necrofília Library, p. 111, Ratar 1021 d.d.J.

** Nicanor Moreno en El lujo de morir. Viva preparándose un digno entierro, Black Ed., Charandalia 1037 d.d.J. expone con todo detalle los múltiples oficios que alrededor del culto funerario surgieron en Panlocus.

*** Luigi Pelmazzo, L’essenza della ánima, Editora del Más Allá, p. 721, Isla de las Borraginacias 1041 d.d.J.

**** Hacía un frío que pelaba.


LOS RETIROS

El reposo y el sueño tenían en Panlocus una gran importancia. Les atribuían un significado mágico y se les asociaba directamente con los procesos de la imaginación. Los panlocuenses construían retiros, que eran lugares especialmente diseñados para descansar, aliviar los sufrimientos, curar el insomnio y despertar la inventiva. Creían que sin un adecuado reposo, el alma y con ella su función de fantasear permanecían atontadas dentro del cuerpo y sin capacidad para percibir a través de los sentidos los estímulos del exterior. Esto significaba un mal gravísimo para los hombres.

En los retiros se instalaban catres al aire libre para que los individuos solos, las parejas o las familias enteras descansaran plácidamente. Los huéspedes de estas casas de reposo disponían también de cómodas habitaciones en las que eran atendidos a cuerpo de rey de acuerdo a su gusto personal y posibilidades económicas. Había unos cuartos a los que nunca llegaba un rayo de sol y en donde el profundo silencio jamás era turbado, ni por el aullido de las bestias o el clamor de los hombres, ni siquiera por el silbido del viento. Reinaba aquí el sosiego, convidando todo a dormir como lirón. A la entrada de cada aposento había cultivos de adormidera y otras plantas sedantes de las que extraían exóticos licores aletargantes.

Los alojados en los retiros disfrutaban de buena comida y eran estimulados con charlas orientadas a provocarles modorra y aburrimiento. Antes de cenar, cada comensal escogía el sueño de su preferencia para que le fuera provocado por los automedontes, personas bien entrenadas bajo cuya guía descansaban los pensionistas. Estos personajes echaban mano de cualquier cosa con tal de lograr su objetivo; se disfrazaban, imitaban voces humanas y de animales, recurrían a trucos de magia e ilusionismo. Dominaban el canto y la actuación. Contaban con sofisticados laboratorios para perfeccionar los métodos de exaltar la fantasía. Inventaban máquinas y artefactos especiales para provocar todo tipo de sueños, ya fueran plácidos o angustiosos, que anunciaran los bienes o los males, que evocaran ilusiones y vanos fantasmas, o que inspiraran el terror o la aventura.

LAS VIRTUDES, LOS BIENES Y LOS MALES

Suponían los panlocuenses que para desarrollar cualquier virtud era necesario ejercitarla con constancia, y por esta razón fundaron escuelas dedicadas a cultivarlas, al mismo tiempo que para combatir los vicios y las bajezas. Ahí enseñaban, en cursos cortos pero intensivos, la práctica de las más nobles cualidades. A los graduados se los distinguía con el codiciado título de “Bellísima Persona”, que garantizaba importantes privilegios, como hacer buenos amigos, tener un buen trabajo, viajar a menudo, comprar lo mejor al más bajo precio, gozar de estabilidad económica y una posición social envidiable, libertad de transito, atención prioritaria en la resolución de trámites burocráticos, preferencia en lugares públicos con problemas de aglomeración, premios, exención de impuestos, regalos, aplausos, elogios, homenajes, éxito, y en algunos casos, hasta la misma gloria.

En estos colegios se aprendían y mejoraban los buenos sentimientos; se ejercitaban sobre todo la bondad, la piedad, la solidaridad, la simpatía, el sentido de justicia, la honestidad, la sensatez, la generosidad, la paciencia, la modestia, la lealtad, la alegría, la dignidad, la nobleza, la sinceridad, la prudencia, el pixarse de riure* y muchas otras más que ya no quiero seguir enumerando.**

Aunque la mayoría de los textos especializados han tratado de ocultarlo, bien sabemos que el florecimiento de estas academias tuvo su contraparte con el surgimiento de los funestos centros o academias del mal y las bajas pasiones, mejor conocidos como bacanantros. En estos lugares se promovía el culto casi religioso de todos los vicios, de las enfermedades y de las peores calamidades que afligen al ser humano. Aquí se fomentaba la vulgaridad, la indiscreción, la mentira, la imprudencia, la intolerancia, el egoísmo, el miedo, la envidia, la mezquindad, la avaricia, la insolencia, el mal humor, el egoísmo, la agresión por la espalda, la impertinencia y el tant se man fot.***

Las academias antagónicas celebraban frecuentes debates públicos en los que casi siempre quedaban victoriosos y fortalecidos los vicios y las bajas pasiones ante las virtudes y los nobles valores. Estas confrontaciones, sirvieron sobre todo para evidenciar la relatividad de la moral, permitiendo modificar algunos criterios tradicionales y reaccionarios que frenaban el progreso e impedían la práctica de la libertad. A continuación, hablaremos en forma particular de algunos centros que promovían los buenos valores.

LAS ACADEMIAS DE PIEDAD

No hay otro lugar en el mundo donde el sentimiento de piedad haya sido más promovido que en Panlocus. Sus habitantes creían que la impiedad tarde o temprano era castigada y premiado el altruísmo. En Aramia hubo dos institutos dedicados a esta virtud, siendo el principal el edificado en un árido paraje donde vivía Carmen, una piadosa mujer de prominentes pechos que —dice la leyenda— crió a cuarenta niños huérfanos, que al crecer se convertieron en unos afamados malechores. Antes de amamantar a los críos, Carmen friccionaba sus pechos con una agüita espesa pre-parada con semillas de eneldo, pues con esta receta los pequeños siempre quedaban profundamente dormidos.

La piedad representaba para los panlocuenses “amor al prójimo, compasión, tolerancia y ternura para con los familiares, para con los pobres, para con los animales, y hasta para con los pinches gobernantes”.****

LAS ACADEMIAS DE MISERICORDIA

La necesidad que los hombres tienen unos de los otros fue la razón de cultivar la misericordia como una de las virtudes más benéficas. Tropotopeyanos y aramienses destinaban enormes fortunas para fomentar este noble sentimiento, y así fundaron las academias de misericordia, mejor conocidas como reservillos, ya que ahí también se acogía a los más pobres que las ratas, asegurándoles techo y comida mientras encontraban algún trabajo que resolviera su desgracia.

LOS CENTROS DE LA VERDAD

Nada fue más respetado en la Antigüedad que la verdad. Los panlocuenses la buscaban con vehemencia y creían que sólo a través de ella se podía alcanzar la honorabilidad.

Antes de destruir Gotargia, Silverio fundó en Mateo el primer centro de la verdad y del honor. Su lema era: “La verdad es la neta, dígala quien la diga y como la diga.” Después de la conquista de la Isla de los Salchuchos, Marcelo —a quien se le había ido la vida pensando en amar— edificó otra academia de la verdad, asumiendo él mismo su dirección durante dos lustros, hasta que murió de tuberculosis. De este centro surgiría la idea de crear el de la ficción, virtud que se admiraba tanto como la verdad. En Aramia se distinguía claramente la diferencia entre ficción y mentira, así, Fidelia de Sis decía: “...con la mentira siempre se intenta engañar, con la ficción, debajo de las apariencias fantásticas, siempre se busca dar a entender una verdad profunda”.*****

La verdad fue tenida por madre de todas las virtudes y se le inculcaba a los niños desde muy pequeños, recurriendo incluso para infundirla a severos castigos, o a la mentira misma, si era necesario.

LOS CENTROS DE LA BUENA FE Y LA FELICIDAD

La concordia, la unión, la paz, la buena fe y la fidelidad, también tuvieron academias para ejercitarse. La más importante fue la de Plaza de Santiago, en Sibencia. A los cursos que ahí se impartía, acudían obligatoriamente los candidatos al Congreso para aprender técnicas de reconciliación. Egresaban de esta academia, expertos en la obtención y preservación de la paz y profesionales que regulaban los contratos comerciales actuando como testigos de las promesas y juramentos que se hacían. Manuel Hilario, creó en Aramia otra de estas academias, pero no tan desta-cada. Sus alumnos se distinguieron por vestir un impecable uniforme de color blanco y por su lema: “Somos pacíficos, pero no chinguen”.

LOS CENTROS DEL AMOR A LA LIBERTAD

Después de la expulsión de los Reyes,****** los aramienses erigieron el primer centro de la libertad. Para evitar represalias, sus seguidores asistían a las reuniones cubriéndose la cara con un pasamontañas de lana y un sombrero de paja tupida. Poco prosperó este instituto que no duró mucho ya que sus discípulos eran en su mayoría esclavos y su militancia les creaba muchas dificultades con sus amos. En este centro se acuñó la frase: “Quien no quiera ser libre será encarcelado”.

LAS ACADEMIAS DEL PUDOR

Para no perder el pudor se fundaron academias que desarrollaban este sentimiento. Se identificaba a estos centros por un palindroma escrito a la entrada de sus recintos: ¡e nene tápate nene!. A estos lugares sólo podía asistirse cubierto de los pies a la cabeza con un espeso y pesado velo gris.

LOS CENTROS DEL SILENCIO

En Tiegoria se fundaron varios centros dedicados a la contemplación y al silencio. Sus prosélitos celebraban largas reuniones durante las cuales guardaban absoluto silencio, cuidando mucho no hacer el más minimo ruido. Se comunicaban por medio de una avanzado lenguaje de señas y para saludarse o despedirse tenían la contraseña de esbozar una ligera sonrisa al mismo tiempo que dirigían a sus labios el dedo índice de la mano derecha. Consideraban que para hablar era necesario tener demasiada paciencia con los demás.

Otros centros que surgieron en Panlocus fueron los dedicados a la sed de justicia, la capacidad de persuasión, la clemencia, la alegría de espíritu, la esperanza, etcétera. En oposición, por ejemplo, surgieron academias, para propagar enfermedades, generar dolor y angustia, fomentar la necedad, la calumnia, la violencia, el miedo, la palidez, la pereza, la discordia, la envidia y —especialmente— la fama, a la que simbolizaban como una mujer guapota y con alas, que llevaba una trompeta en la mano y que tenía tantos ojos, piernas, brazos, manos y orejas como tetas.******* Decían de ella, que al principio crecía débil y tímida pero que con el tiempo se volvía vigorosa. Que era de una agilidad increíble y que sin despegar los pies de la tierra llegaba con la cabeza hasta el cielo, que volaba de noche, y que de día, permanecía como un centinela sobre las altas torres observando cuanto sucedía; que esparcía en los pueblos la alegría o el terror, lo verdadero o lo falso, según le viniera en gana.
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* Mearse de risa.

** Para una extensa consulta sobre la génesis de estos centros, véase F. Doggeher, Die panlocuanische literatur, cap. VII, Hans Ed., Amorabis 1198 d.d.J. Durante el Tercer Congreso Mundial Panlocuanistas este autor sostuvo que los centros de las virtudes se originaron por iniciativa de Miguel el Pensador.

*** Me vale madres.

**** Diccionario de dicterios e insultos al gobierno reaccionario, p. 221, Editora Tumbaburros, Zurcigalia 1200 d.d.J.


***** Fidelia de Sis “La Generosa”, Apreciaciones íntimas y corazonadas infundadas, pero válidas, porque al fin y al cabo las digo yo, p. 82, Editores Sinceros, Lago Renco 1208 d.d.J.

****** Detalles sobre este período, así como de los sucesos relevantes de las dinastías preclásicas, se hallarán en el libro anónimo The Kings Empire, Golding Pills Press, Isla del Padrastro 1310 d.d.J. La versión en castellano fue publicada por Ediciones Tots Som Pocs bajo el título Los Quince Empíricos con traducción de Melitón de Sucre.


******* Dos.

EL JUICIO Y EL INGENIO

Creían los antiguos panlocuenses en algo propio de la naturaleza humana capaz de desarrollar las aptitudes y facultades que desde su nacimiento tiene el hombre, ya fuera para el arte, la ciencia o cualquier otra cosa. A esta cualidad la llamaron ingenio y la definieron como aquella fuerza natural e incógnita que se posee para inventar o hacer algo sin aprenderlo de nadie. Al ingenio también se le denominó sabiduría natural, y según los antiguos, era una fuerza que se daba en forma desigual entre los hombres, a manera de las tierras, que no todas producen todo. Así, algunos sobresalen en unas artes y no en otras, algunos no son aptos para nada. Los poetas afirmaron que estas diferencias no provenían de la voluntad de Dios, en la cual hay una perfecta justicia, sino más bien de la constitución específica de cada cuerpo y a la que definieron como temperamento.*

Los poetas suponían la existencia de una inteligencia naturalmente bien dispuesta (que le ha faltado a muchos) llamada juicio y a la que atribuían la función de encaminar los vuelos del ingenio, velando sobre las invenciones sin que pasaran los límites de lo justo, lo verosímil y lo decoroso.

En Los Antiguos Textos de Panlocus, obra que desecha los conceptos bajos y pueriles, se analizan detalladamente los ingenios superficiales o poco agudos. En este tipo de mentes lo único que priva es el equívoco, la trivial alusión, o la frivolidad, en el mejor de los casos. La bajeza y la vulgaridad son el más común de sus adornos y en ellas no caben pensamientos provechosos, verdaderos o profundos.

Observamos con frecuencia que dos personas cualesquiera al tratar un mismo asunto siempre lo ven de distinta manera. Mientras que una analiza atentamente su objeto según lo que en sí tiene, descubre relaciones, hace asociaciones y encuentra cosas admirables y nuevas, la otra, no descubre nada sino obviedades o cosas sin importancia. Así como hay ingenios capaces de perseverar en el trabajo, especialmente en el más serio que no divierte por su meticulosidad, más bien molesta por la atención que exige, hay otros a los que les falta concentración, o que toman todo a broma.

Los médicos panlocuenses pensaban que el aire de un país influye mucho en el carácter e ingenio de sus pobladores. Creían así que el cielo espeso de Mebengo hacía estúpidos a sus moradores, rudos a los de Rabadia, prudentes a los de Mantesa y agudos a los de Tropotopeya. Concluían que lo deseable es tener un aire despejado, limpio de toda corrupción y hedor, ni muy caliente ni muy frío, sino más bien dulce y templado. Imaginaban que todo clima extremoso es dañino para las funciones creativas y que los vientos han de estar sujetos a alteraciones, porque la igualdad muy continuada puede hacer obtuso al pensamiento.
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* Tito Angostino en Reflections abouth the bad milk, analiza estas ideas para llegar finalmente a la conclusión de que los guisantes son dulces por naturaleza, p.p. 42-43, Ediciones Bajas, Roña 1389 d.d.J.

LA PRESENCIA DEL DESTINO Y LA FORTUNA

En Panlocus simbolizaron al destino de muchas maneras, pero la más común fue la de representarlo con la figura de una mujer robusta y provocativa, desnuda de la cintura para arriba, sentada sobre una pila de cráneos y con la cornucopia de la abundancia en la mano derecha; acompañada de un perro y un buitre, rodeada de máscaras, un viejo timón de barco, una veleta, una rueda y varios globos multicolores, símbolos también de la inconstancia y el poder.

Si bien en nuestros días el destino no es más que un concepto entretenido y propio de mentes supersticiosas, para los panlocuenses significó una fuerza real, superior e inalterable; un poder capaz de predeterminar inamoviblemente la historia de cada uno de los mortales y ni los dioses podían impedir su ejecución. Si bien al destino se lo tenía por inflexible y sordo a cualquier ruego, siempre le consideraron justo y nunca dejaron de confiar en su poder benéfico.

A la fortuna la creyeron una fuerza menor, pero capaz de contrastar al propio destino y de modificar a su arbitrio hasta el semblante del Universo. También la llamaron azar y era considerada una voluntad juguetona y caprichosa que se divertía embaucando a los hombres con falsas esperanzas. Podía ser favorable o contraria, buena o mala, pero siempre era cambiante, extraordinariamente frágil, tornadiza y dispuesta a aparecer o desaparecer en cualquier momento para mostrar alguna de sus mil caras, la más feliz o la más terrible, según le viniera en gana.

La fe en un mundo mejor y la compulsión por apostar se conocieron en Antépolis después de los tiempos de Honorio, personaje severamente criticado por fatuo y engreído. Ahí, como en en pocos lugares del mundo, florecieron por igual, tanto las ideas, las reformas sociales, los inventos, los descubrimientos, como la afición por los juegos de azar y las apuestas. En Antépolis se inventó la ruleta, los comités de lucha y de solidaridad, el bakará, las asociaciones altruistas, el frontón de mano, y con raqueta, las organizaciones de izquierda, la rayuela, las juntas de vecinos y padres de familia, el pares y nones y muchas otras cosas que sólo puede existir bajo la fuerza que da el tener esperanza, por pequeña que sea.

De Antépolis pasaría a Crotalia el gusto por el juego. Servio Tulio, líder de su pueblo y conocido jugador empedernido, construyó en Crotalia el primer casino que reunió bajo un mismo techo todas las modalidades de la apuesta y se llamó el Palacio del Azar.

La pérdida de grandes fortunas hizo a los hombres cada vez más desconfiados, primero del destino y después de la fortuna, que cada día estaban más empeñados en mostrar su buena cara sólo a los mismos. El destino se volvió cada vez más voluble, más traicionero, y la fortuna, totalmente predecible. Así, quedaron en un extremo los afortunados, los triunfadores, los con destino, y en el otro —la mayoría—, los desafortunados, los perdedores, los sin destino.

Mientras los hombres creyeron en el destino y la fortuna, tuvieron ideas, lucharon por ellas, se comprometieron, trabajaron con tesón, construyeron casinos, hipódromos, bingos y loterías, jugaron dominó y hasta echaron volados. Algunos perdieron la certeza de el més enllá* y hasta la afición por las quinielas, otros —muy pocos—, se salvarían; los que supieron decir tant se val i començem de nou. Començem, començem, i tornem a començá.**
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* El más allá.

** Tanto vale y comencemos de nuevo.Empecemos, empecemos y volvamos a empezar
.

[NOTA FINAL]

Quiso el destino que este libro encontrado por el Dr. Biojor Dôld terminara aquí. El manuscrito original, fue rescatado en las ruinas de la Biblioteca de la Universidad de Oxford, pero lamentablemente estaba incompleto. Le faltaban seiscientas ochenta páginas y nadie sabe como sucedió esto. Lo que sí sabemos por referencias de otros textos, es que la parte perdida era extraordinaria y que contenía relatos más importantes que los que ya conocemos. Así pues, lo dicho hasta aquí baste en memoria de Panlocus, y concluya este libro como el gran poeta panlocuense Librado Almeidro Geróvidus concluye el suyo:

Ek musdébita sepo contuveri ere
Neco siuspu quimuse dulastire tante sumas
¡Oh furtinástula!

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* Para un conocimiento más profundo de la cultura panlocuense, se recomienda especialmente la lectura de los títulos precedidos por*. Los que no tengan esta señal no vale la pena leerlos.